Gante

El día de Wiggins la noche de «Luisle»

El ganador del Tour se proclamó campeón olímpico a 52 por hora. La mala suerte se cebó con el murciano

Wiggins, a punto de recibir su séptima medalla olímpica
Wiggins, a punto de recibir su séptima medalla olímpicalarazon

LONDRES- Entre las nubes de Londres se abrió paso el sol del verano. Sonreía Luis León Sánchez, la lluvia le encoge. Bradley Wiggins, en cambio, serio. Estaba concentrado. Confiado y ambicioso, dio el murciano la primera pedalada en la rampa de salida y rompió la cadena. Empezaba su calvario. El ganador del Tour saltaba hacia el futuro convencido de sus fuerzas y protegido de los malos espíritus; menos de una hora después, exactamente 50 minutos y 39 segundos, se proclamaba campeón olímpico contrarreloj a 52 por hora. Ponía el broche de oro a un año irrepetible. Detrás de él, a 42 segundos, la alegría del campeón del mundo Tony Martin por la plata y la de su escudero Chris Froome, a 1:08, por el bronce. Detrás de ellos, el sufrimiento de Fabian Cancellara, el cenizo de «Luisle», a más de 6 minutos, y la confirmación de Jonathan Castroviejo, noveno, como el porvenir español.

Antes de que en el mediodía británico irrumpieran los ciclistas, flotaban algunas incógnitas en el ambiente, tales como la realidad física de Wiggins, después de vaciarse en pro de Cavendish en la prueba de ruta, y el estado de Cancellara, el campeón de Pekín en la contrarreloj. El suizo tardó apenas siete kilómetros en mostrar la precariedad de su condición; el inglés, nacido en Gante (Bélgica, 1980), cedió 5 segundos al alemán Martin en la primera referencia del circuito (7,3 km); Cancellara, sólo uno más, 6. Once kilómetros después, la prueba situaba a cada quien en su sitio: volaba Wiggins, se defendía Martin, las pasaba canutas Cancellara y Froome se atrevía a discutir la plata al campeón mundial.

Alejado de la lucha por los metales, Luis León Sánchez sufría un nuevo contratiempo y pinchaba la rueda trasera; más adelante, el colmo, rompía el cuadro. Le adelantó Phinney y Wiggins también le dobló. Era el día del británico; la noche del murciano, a quien todo le salió al revés, en tanto que Castroviejo, el otro representante español, brillaba en la primera posición de la tabla durante varios minutos, hasta que fueron entrando los mejores.

El triunfo de Wiggins fue, como su apuesta por la vida saludable, absoluto. El hijo del pistard australiano, heredó de su padre la afición por el velódromo, sabido es que a quien realmente admiraba era a Miguel Indurain, su ídolo. Ganaba medallas en la pista –seis conserva en su colección, tres de oro, un de plata y dos de bronce, además de un campeonato del mundo en persecución– y miraba de reojo a la carretera, donde aguardaban la fama y el dinero. Sus éxitos le mantenían en un segundo plano y la actualidad, en el primero. Podía ostentar el dudoso honor de ser el campeón mundial de beber cerveza. Ahogaba las penas un pub y no llegaba a fin de mes. En éstas, su amigo Noel Gallagher (Oasis) le dedicó un tema, «Vive para siempre», y, dicho y hecho, optó por lo más saludable: el ciclismo de ruta.

Se dice que el ciclismo profesional resta años de vida; Wiggins se los quitó a la cerveza. Empezó a cuidarse, perdió 13 kilos de peso, hasta quedarse en 69, con 1,90 de estatura; arrojó al cubo de la basura el maillot del Cofidis cuando supo que estaba envuelto en un escándalo de dopaje; repudia las trampas y si alguien se atreve a preguntarle por sus conquistas actuales y duda de cómo las consigue, le llama gilipollas. Si antes encontraba consuelo en el alcohol, ahora se lo brindan las victorias. Dos importantísimas esta temporada: el Tour y el oro de Londres contrarreloj, después de 44 kilómetros en los que voló y que le han coronado mejor deportista británico de la historia, con sus siete medallas olímpicas. «Wigo», quién te lo iba a decir.