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La Razón
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L os profesores de enseñanza pública están en huelga. No quieren trabajar unas pocas horas más a la semana. Cuentan con la benevolencia del sistema, y se han enfrentado –los de Madrid–, a Esperanza Aguirre y su consejera de Educación, Lucía Figar. Para mí, que habría que examinar de nuevo a la mayor parte de ellos, responsables en buena medida del nivel de analfabetismo de nuestros jóvenes, que abandonan el colegio con las faltas de ortografía en la cabeza y el sesgo histórico en el hígado. Los profesores, muchos de ellos víctimas de la falta de educación y violencia de sus alumnos, no se imponen porque han roto la línea del respeto. No se puede ir a los colegios a dar clases como si se fuera a jugar al tenis. Tuve en mi infancia dos colegios, opuestos y formidables. El Pilar y el Alameda de Osuna. Recuerdo a mis profesores con veneración por lo mucho que les debo. En el Pilar de la calle Castelló, aquellos don Genaro, don Eladio, don Antonio Apaolaza... Marianistas y grandes educadores. Así una mañana me presenté en el colegio con unas botas de baloncesto. Jugaba con el equipo de mi clase a la una de la tarde, terminadas las clases. Don Eladio reparó en mi calzado. «Váyase a casa, meta el calzado deportivo en una bolsa, póngase los zapatos y vuelva». Nos trataban de usted. Lo hice y al entrar en clase, don Eladio me tenía preparada una sorpresa. «El jueves por la tarde –tarde libre en el Pilar–, recuperará usted la clase que ha perdido». En 4º de bachillerato emigré, con tristeza y agradecimiento, a otro colegio, el Alameda de Osuna, fundado por don José Garrido, el que fuera preceptor del Rey y de su hermano, el malogrado infante Don Alfonso. Las clases no superaban los quince alumnos, y los profesores eran auténticos maestros. Destaco a don Santiago Amón, mi profesor de todo, con el que mantuve posteriormente una estrechísima amistad, y al que comencé a tutear cuando nos encontramos en la inolvidable Antena 3 de Radio liderada por Manuel Martin Ferrand. Don Adolfo, doña Marisa Mallol, don Luis Adiego... y aquel concepto nuevo de la enseñanza impuesto por don José Garrido, gracias al cual el alumno contaba con la plena confianza de sus profesores. Los exámenes escritos los hacíamos sin vigilancia, porque se daba por hecho que nadie copiaría. Y tanto en el Pilar como en el Alameda de Osuna, dos faltas de ortografía determinaban el suspenso, por muy bien que se redactara el escrito. Y tanto en el Pilar como en el Alameda de Osuna, los alumnos llevábamos corbata, como los profesores, y nos poníamos en pie cuando nuestros maestros entraban en el aula. Y a nadie se le pasó por la cabeza, ni en los peores momentos, en uno como en otro colegio, faltar al respeto al profesorado, que era intocable por la distancia establecida entre la sabiduría y la ignorancia, distancia que hoy puede darse por borrada. La nostalgia es un error, pero en el presente caso, es una lección continua de disciplina y respeto.
Hoy, los profesores de enseñanza pública acuden a los colegios atemorizados y vestidos de senderistas. Y los alumnos, que lo saben y no distinguen la distancia, tratan a sus maestros con desprecio y hasta violencia y se visten como ellos. Los padres tampoco respetan a los profesores, a los que llegan a agredir por suspender a sus hijos, y el sistema «buenista» ha dado como resultado un analfabetismo aberrante. Aquí nadie quiere trabajar. Por unas horas más a la semana van a la huelga los que tienen que enseñar que el trabajo es el futuro. El profesorado ha perdido un sentido de la autoridad que hay que reponérselo inmediatamente. Pero tienen que dar ejemplo. Además de ser un buen profesor, hay que parecerlo.