Nueva York

Un Balenciaga alcanzó en subasta los 10000 euros por Jesús MARIÑAS

Balenciaga supo autodefinirse, es evidente que se conocía: «Arquitecto para las líneas, escultor en la forma, pintor para el color, música para la armonía y filósofo para la medida». Una breve muestra –tan sólo 90 trajes– compone el museo que Doña Sofía inaugura hoy en Guetaria, pueblo natal del modista universal cuya obra rebasa los tiempos.

La Reina inaugura hoy en Guetaria el Museo Balenciaga
La Reina inaugura hoy en Guetaria el Museo Balenciagalarazon

Para un museo que costó diez años y treinta millones, no parece mucha la obra expuesta y casi parece un derroche en tiempos de crisis. Pero al fin lo abren con trajes muy representativos, como el rojo españolísimo de dos volantes de Sonsoles Díez de Rivera. Con Hubert de Givenchy fue, además de impulsadora, mantenedora de lo que resultó un esfuerzo titánico, con la desaparición de piezas donadas que luego lucieron algunas madamas de la política vasca. Arguyen para tan reducido alarde «cuestiones de aclimatación de los diseños» y uno se pregunta por qué el presupuesto no incluye métodos para conservar tan valioso legado, casi todo procedente de donaciones. Balenciaga cambió la moda prodigando estilazo del que ya no queda, como con sus trajes saco de espalda abombada o sus faldas globo que actualmente inspiran casi todo lo que produce el barcelonés Totthon, surtidor de Isabel Preysler. También con los talles altos, las mangas murciélago o las abombadas al puño y su emblemático «cuello Balenciaga», tan realzador.

Sus trajes son pieza cotizada en subastas internacionales, especialmente los de 1950, acaso una de sus épocas más brillantes. Hasta 10.000 euros han pagado en la londinense Christie's por un diseño en lana precisamente de ese año que había costado 130 euros (20.000 de las añoradas pesetas). En Nueva York dieron 4.568 euros por un abrigo de tarde en seda rosa numerado con el 73.550. Perteneció a María Félix y se desprendieron de él poco después de que la Doña mexicana falleciera. Igual hicieron con el famoso collar-serpiente que Cartier diseñó para ella y del que acaban de presentar una ridícula réplica en las jornadas del lujo –¡para eso estamos, qué desfase!– montadas por Beatriz de Orleans este fin de semana en Marbella. Un vestido de noche en brocado-tela de Celia Gámez llegó a las 4.000 libras en Terry Taylor mientras el Estado español ejerció derecho de tanteo comprando entre 2003 y 2004 hasta once modelos, incluyendo una capita de encaje armado con tartalana de 1950 en 475 euros y un vestido largo con chaquetilla de dupion color marfil, por el que desembolsó 2.250. Es un valor en alza y significa el lujo máximo unido a la distinción, una conjunción que no suele ir emparejada estos días, como pudo verse en Marbella, donde privó la ostentación casi hortera.