Rumanía

Otro etnicismo

La Razón
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La declaración no vinculante sobre la legalidad de la independencia unilateral de Kosovo es una dosis de tóxicos etnicistas para los albanokosovares. En la noche de los tiempos y en el Campo de las Flores de Kosovo, diversas etnias frenaron la penetración otomana por el blando bajovientre de Europa como antes lo hiciera en Balakia (Rumania) Blad Tepes IV «el Empalador», inspirador del mito de Drácula. Kosovo es para Serbia lo que para nosotros podría ser Covadonga y no se entiende a sí misma sin la región independizada. En Kosovo habitan 120.000 serbios entre menos de dos millones de origen albanés, y el conflicto, antes étnico que nacionalista, rebosa odio. Cuando estuvo maduro el martirio de Sarajevo, Margaret Thatcher escribió un artículo titulado «Hay que bombardear Belgrado». Bill Clinton y Javier Solana le hicieron caso y acabaron en días con las pretensiones de la Gran Serbia. Bombardearon con grafito las comunicaciones belgradenses y horadaron el blindaje de los carros serbios en Kosovo con uranio empobrecido, con cuyos restos contaminados juegan hoy los niños. Milosevic, la loca de su mujer y sus bárbaros lugartenientes en Bosnia no bastaron para enladrillar esta secesión. EE UU y la UE no fueron pacificadores imparciales. El problema de Kosovo es que envenenará todo este siglo.