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Huelga general legal y salvaje por Martín PRIETO

La Razón
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Hay una modesta bibliografía entre asonadas y cuartelazos que Curzio Malaparte resumió con simplicidad en su «Técnica del golpe del Estado»: ocupar y neutralizar la sede del Gobierno, los ministerios más significativos y con capacidad de movilización como Interior o Defensa y, sobre todo, copar los sistemas de comunicación. A Tejero, embriagado con el secuestro del Congreso, se le olvidó casi todo. El éxito de una huelga general en España sólo depende de que los sindicatos paralicen el transporte en Madrid, Barcelona y tres o cuatro capitales autonómicas. Por eso preocupa el contradiós de unos jerarcas socialistas y comunistas que pregonan que el derecho a la huelga prima sobre el derecho al trabajo. Tal salvajada conceptual convierte en esquiroles a los que quieren trabajar por convicción o necesidad y anuncia que los piquetes informativos serán coactivos porque acudir ayer al trabajo era poco menos que un delito para el imaginario de CCOO y UGT. No teníamos suficiente con Artur Mas y llegan los chicos del referéndum sobre las vigas maestras del Gobierno. Si las Cortes lo respaldan, a cada ley le cabe un referéndum, no hacen falta elecciones generales y con la secretaría general técnica de cada ministerio vamos que ardemos. La democracia directa y asamblearia. Méndez y Toxo, que no padecen ninguna crisis, deciden por sí solos una huelga general que recuerda la Huelga General Política (HGP) de Santiago Carrillo durante el franquismo y que no sirvió para nada. Este dúo dinámico, siempre reelecto, saben que ni siquiera se acercarán a sus propuestas pero demostrarán que pueden hacer mucho daño y lograr más despliegue en «The New York Times» mostrando a España como Biafra. En estos momentos la huelga es una salvajada legal a caballo sobre el descontento generalizado en media Europa. Deberíamos saber si «la extraña pareja» nos garantizara que no iban a bloquear una ley de huelga que ya es un agujero constitucional. La HGP es tan obsoleta que sólo tendría a Zola de cronista pero los sátrapas sindicalistas sólo leen su doble contabilidad.