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Bruno Delaye se despide de Madrid entre amigos y lágrimas por Jesús Mariñas

Delaye, en su fiesta de despedida larazon

Las buenas maneras no reprimieron el sentir, y eso que los manuales sociales prohibían semejantes exteriorizaciones. Todo ha cambiado y se reflejó en la imponente despedida oficial a Bruno Delaye que tuvo lugar el martes en su residencia de Serrano, y a la que asistieron casi mil personas para decir adiós a quien durante seis años estrechó las relaciones internacionales. Delaye siempre fue un gran entusiasta de nuestra Fiesta Nacional y por él la declararon bien cultural en Francia. Ante una Esperanza Aguirre super aclamada y un Pérez-Reverte que publica una novela de amor, el embajador subrayó ante Plácido Arango que su labor ha acortado una lejanía impuesta por los Pirineos y su importante batalla en la lucha antiterrorista. Sin duda, un trabajo impecable que ahora recompensan con la Embajada de Brasil. «Ha sido el mejor tiempo de mi vida. Llevo a España en el corazón», dijo emocionado en presencia de Enrique Cerezo y Cristina Alberdi. También acudieron el Conde Pumpido –más delgado y relajado tras abandonar su cargo, no dejó de picotear–, su rubia esposa y Enrique Múgica. «¿A dónde va el País Vasco?», interrogaban al decepcionado ex Defensor del Pueblo, que dejó una huella patriótica. «Todo es culpa del Tribunal Constitucional», sentenció, conocedor del tema.

Ágatha Ruiz de la Prada subió el tono de la noche con una falda multicolor a cuadros. Algunos ya la llaman marquesa, que lo es al ostentar un viejo título catalán. «Igual tendrás que convalidarlo ante lo que se espera», presagiaron mientras Enrique Cerezo ofrecía al embajador una camiseta del Atlético de Madrid con su nombre detrás, un gesto aplaudido por Juan Losada y su esposa Carmen Cortina Koplowitz. «¡Qué pensarán los del Real y los del Barça!», observó mientras aceptaba el obsequio rodeado de íntimos como Rupert y Beatriz de Orleans, que portó la única piel de la velada. Era un abrigo azul sin mangas un tanto deslucido, según repararon ante la pimpante Mae Dominguín –que combinó amatistas con un traje morado– y la madre de Elena Tablada, que reconoció que «las niñas, hija y nieta, están bárbaras» ante Marina Castaño, que desmintió una posible boda: «También me lo han comentado otras personas, pero yo no sé nada. Y debería estar enterada», evadió. Eligió para la ocasión un Chanel negro ribeteado en dorado, un traje de cuando Lagerfeld no había deformado aún la estética de Coco.

Por su parte, Carmen Alborch, que lució un chal azul, y otros de los presentes magnificaban el trabajo de Fernando Maura y los joyones llamativos de Luz González, que en noviembre expone en la neoyorquina Bergford de la Quinta Avenida, donde los Vandervil tuvieron su palacio. Bien lo sabe el duque de Huéscar, que rio con Lucio y María. El rey de los huevos rotos alardeaba de solapa con la insignia rojiblanca, al igual que Pedro Moragas y Carmen Martínez Castro, que portaba un enorme bolso y pedía esperanza ante el 25-N, que nos aleja de Cataluña. Delaye, con su aire deportivo acentuado por Rupert, fue constante en su amor a España. De ahí la nostalgia de un adiós que también afectará al bullicio y a la «joie de vivre».
 

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