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Maldita afonía

Es curioso las bofetadas que la realidad suele darle a la vida. Mientras el gimnasio del estadio Ghazi de Kabul, antiguo centro de torturas y ejecuciones durante el régimen talibán, se convierte en un templo de soñada libertad para las mujeres afganas que se juegan la vida practicando el boxeo como método de defensa personal, conocemos el nombre de la última mártir de la barbarie: Sara Gul, una joven de 15 años torturada, violada y golpeada durante meses por su marido por negarse a mantener relaciones sexuales con los invitados que llegaban a su casa. Al parecer su familia política se divertía arrancándole las uñas, quebrándole los dedos de la mano y levantándole la piel para quemarla con cigarrillos. El presidente del país ha pedido investigar los hechos como si no fuera una práctica común en esas tierras no tan lejanas donde la violación de una mujer se convierte en un delito de adulterio femenino o donde los padres acuerdan el matrimonio de sus hijas de 9 años con hombres que les triplican la edad. Y no pasa nada. Hay cosas que no tienen remedio sobre todo cuando el relato de las atrocidades sólo moviliza titulares de prensa. Y es que seguimos sin escuchar las protestas y las denuncias de las feministas tan exacerbadas en otros asuntos. Su inexplicable afonía canta. Como lo hace el mutismo de los que se desgañitan exigiendo la libertad de un territorio por razones políticas o religiosas. Deben seguir con las clases de semántica cuando deberían estar tomando nota.
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