Historia

Lenguaje

Con la oreja en el oído

La Razón
La RazónLa Razón

Durante un almuerzo en Dubrovnik me di cuenta de que el tipo del restaurante se esforzaba por comunicarse conmigo en un castellano portuario adquirido por contagio gracias al contacto diario con el creciente turismo español y tuve en ese momento la horrible sensación de que si él a mí no me entendía bien no era porque yo no hablase su idioma, sino por lo mal que me expresaba en el mío al intentar poner mi vocabulario al alcance de sus conocimientos. Pensé entonces que los españoles hemos sido siempre un pueblo ansioso de salir al extranjero y de relacionarnos con otros pueblos, pero a menudo reacios a la aceptación de sus costumbres y sin duda resistentes al aprendizaje de sus idiomas. Hablamos mucho, gritamos demasiado y nos cuesta escuchar, como si tuviésemos las orejas dentro de los oídos. Millares de compatriotas que vivieron durante años en Alemania regresaron luego sin haber aprendido bien el alemán y, lo que es peor, habiendo echado a perder una parte de sus conocimientos del castellano. Un tipo que trabajó durante muchas campañas en la flota bacaladera me contó que de los días de arribada en puertos de Canadá lo único que muchos de sus compañeros habían aprendido de memoria era el precio en dólares de las busconas y los nombres de las enfermedades que podrían contraer. Fue él quien me aseguró que los españoles sólo mostraríamos verdadero interés por aprender lenguas nuevas si los idiomas diesen que desconfiar, estuviesen castigados o fuesen vicios. Es una suerte que contemos ahora con una hornada de jóvenes con interés por salir al extranjero y ansiosos de aprender los idiomas de otros pueblos. Es alentador que esos muchachos inviertan la endémica pereza idiomática de sus compatriotas en un momento en el que otros muchos jóvenes han sustituido la lengua materna por una jerga sintética en la que en una frase de seis palabras, cuatro podrían acabar mezcladas con las flemas catarrales en cualquier escupidera. Desde luego, a mí me habría gustado comprender en su idioma al tipo de Dubrovnik y compensarle un poco de su amabilidad con los forasteros y de su esfuerzo por hacerse entender en su propio país. Resulta muy incómodo que el camarero que te atiende tenga que adivinar tus necesidades fecales por la congestión de tu rostro. Menos mal que de mi indigencia idiomática me consuelo cada vez que escucho a Julio Iglesias cantando con Willie Nelson y por conveniencia pienso que, según se mire, el inglés sólo es una manera como otra cualquiera de pronunciar mal el castellano.