Atenas

Dios salve a Wiggins

París corona al primer ganador inglés de la historia del Tour en la era del ciclismo calculado y metódico

Dios salve a Wiggins
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Se pone Bradley Wiggins a mirar el palmarés del Tour. «Aún me cuesta creerlo. Mi nombre esta al lado de el de Eddy Merckx», dice. Y del de Anquetil, el de Hinault y sobre todo, el de Miguel Indurain, su ídolo de la infancia cuando el resto de sus amigos sólo pensaban en dar patadas a un balón. Entonces él ya daba vueltas sin cesar alrededor de Hyde Park emulando a Chris Boardman, el «pistard» medalla de oro en Barcelona 92. Encaminaba sus pasos al velódromo, donde lo ganó todo, seis medallas entre Atenas y Pekín. Con aquello, pensó que lo tenía todo. Pero al volver a casa se vio sin fama y sin apenas dinero. No le llegaba ni para la hipoteca. Se ahogó en el alcohol. Ingería cerveza a litros. «No sabía qué hacer con mi vida». Beber y beber. Y escuchar rock&roll , el de sus amigos de Oasis. Su líder, Noel Gallagher, le regaló una guitarra Gibson Supernova y le dedicó una canción durante un concierto. «Live forever», le gritó. Vive para siempre. Eterno. Así se ha hecho con este Tour en el que ha gestionado a la perfección sus grandes dotes de contrarrelojista para defender el tiempo conseguido en la montaña. Insalvable.
Wiggins es, además, el abanderado del nuevo ciclismo, el de los cálculos, el de los detalles y el perfeccionamiento de todo. El de los grandes sacrificios. El hombre que instaló un invernadero en su casa en agosto del año pasado para entrenar simulando que corría en España para preparar la Vuelta, el mismo que se ha pasado largas noches de soledad bajo el mismo techo que su mujer, pero en habitaciones distintas, metido en una cámara de hipoxia. «Cuando mis hijos venían a buscarme y no podía salir me sentía como E.T.», confiesa.
Pero ante todo, «Wiggo» es un fiel defensor del ciclismo limpio, repudia el dopaje. Por eso, cuando el Tour expulsó a su equipo, el Cofidis, del Tour de 2007, cuando esperaba el avión que le devolviera a Londres tiró a una papelera el maillot del equipo. «No quería que la gente me viera con este maillot». Su historial está impoluto y ahora engordado por un palmarés excepcional. Mucho más que su cuerpo, trece kilos menos desde que salió de la pista con la promesa de ser el primer británico en ganar un Tour. Ya lo tiene en sus manos. Wiggins y el Sky, el multimillonario proyecto de James Murdoch, el magnate de las comunicaciones británico al que Dave Brailsford le pidió 20 millones para crear este equipo que se ha llevado seis etapas, las dos cronos de Wiggins, la de Froome en la Planche des Belles Filles y las tres de Cavendish, la última ayer en los Campos Elíseos, donde ganó por cuarto año consecutivo.
Eso unido al segundo puesto de Froome y el amarillo de Wiggins. Murdoch quería en su capricho de equipo un potencial ganador del Tour antes de 2013. Por eso no le importó pagar un millón de dólares para rescindir el contrato de Wiggins con Garmin y llevarlo al Sky. Escalador, de brillante palmarés en la pista e impoluto en cuanto a escándalos de dopaje. Un año antes de lo previsto atronó el himno inglés en París. Dios salve a Wiggins.


El corazón pudo retirar a Haimar
Con 35 años bien cumplidos ya, Haimar Zubeldia ha concluido el Tour en sexta posición. Un puesto al que honra el vasco, no sólo por haber aguantado en montaña con los mejores, no perder la estela en contrarreloj y, sobre todo, por el abandono al que le sometió su equipo el RadioShack camino de Peyragudes. El verdadero y gran valor del Tour de Zubeldia reside en que a principios de temporada estuvo a punto de retirarse. «Tras la Vuelta a Andalucía tuve una cardiopatía, el corazón me iba muy deprisa y no sabía qué iba a pasar. Podía haber significado el final de mi carrera», desveló ayer. «No tenía fuerzas para contarlo entonces, pero necesitaba decirlo ahora, porque puede servir para otras personas». «Este Tour siempre tendrá para mí un recuerdo especial».