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La hora de Hércules

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Tras la resaca electoral, cambios en liderazgos de partidos políticos, análisis de todo tipo, desahogos intelectuales sobre la democracia asamblearia, y más allá, que no es poco, de reconocer que las urnas han hablado con una claridad meridiana (habría que remontarse al 82 para recordar algo similar), los ciudadanos siguen diciendo, ¿qué hay de lo mío? La sociedad española quiere que la actual situación mejore, y la forma en la que esto se produzca la confía a los políticos, los cuales adquieren a través de las urnas sus diferentes grados de responsabilidad. En una democracia representativa, la única que ha tenido éxito hasta el momento y que garantiza que países como los Estados Unidos sigan siendo la referencia del desarrollo mundial, el que gana unas elecciones, es el que asume la responsabilidad de la gestión del Gobierno, y no puede escudarse nunca en lo que haga la oposición para explicar cualquier tipo de fracaso. En España se ha tardado mucho en asumir la necesidad de tomar una serie de decisiones, y estamos pagando mucho y caro por ello. Hace tiempo escribía en estas mismas páginas que «lo duro todavía está por llegar, porque todo retroceso económico se percibe en el presente, pero donde realmente se instala es en el futuro, sus consecuencias son letales y su solución traumática». España no necesita reformas sin más; necesita, además de un profundo cambio de módelo económico, el establecimiento de un ideal de sociedad que nos anime a todos a asumir nuestras responsabilidades, sin esperar de forma indolente que otros nos solucionen nuestros problemas. Es necesario que quienes ejercen las responsabilidades de gobierno asuman estas premisas, y que además de las necesarias reformas económicas que nos alivien el pesado déficit público y generar un modelo de mercado laboral competitivo, etc., se propicie el adelgazamiento de nuestra Administración, así como su racionalización. Hoy parece que son muchas las personas que están de acuerdo en que en España sobran aeropuertos, sobran universidades, sobran órganos administrativos, y nos hacen falta los mejores aeropuertos de Europa, las mejores universidades o la mejor y más eficiente administración, y todo esto sólo se consigue con políticas serias y valientes. ¿Tiene sentido en un mercado único tener órganos de defensa de la competencia en el ámbito de una comunidad autónoma, consejos consultivos autonómicos, cuando tenemos un magnífico Consejo de Estado? Sé que esto no supone un gran cambio desde el punto de vista cuantitativo, pero sí desde el punto de vista cualitativo; ¿tiene sentido el mantenimiento de un montón de televisiones públicas que lo único que generan es déficit?; ¿ tiene sentido sostener una o dos universidades por provincia, donde en muchas de ellas no consiguen grupos de más de ocho o nueve alumnos, y las cuales son sufragadas por el erario público?; ¿tiene sentido mantener aeropuertos sin usuarios?; en este sentido hay una anécdota muy gráfica, –un ciudadano de Durango tiene a su alcance los aeropuertos de Bilbao, San Sebastián, Vitoria, Burgos, Santander, Pamplona, La Rioja y Biarritz–. En el mundo de la Justicia también tenemos ejemplos, disfrutamos de más de ochenta Juzgados de Primera Instancia e Instrucción únicos en un Partido Judicial que no tienen sentido alguno, y menos con tantos aeropuertos: tenemos más de quince provincias con órganos especializados ( juzgados de lo Penal y Menores, de lo Social y Contencioso- Administrativos), de los cuales podrían desaparecer la mitad, por el contrario, existen otros juzgados al borde del colapso; tenemos una justicia gratuita de la que se abusa, que más parece estar pensada para solucionar problemas económicos del profesional, que los conflictos de los ciudadanos. Con carácter general, tenemos que apostar por una administración donde se retribuya más y mejor al que mejor lo haga, que sea más eficaz y sobre todo más eficiente; se acabó lo de estar por estar. Es muy difícil pedirle a la ciudadanía más sacrificios sin comenzar por esta necesaria racionalización del sector público en todas sus dimensiones, administración en sentido estricto y empresas públicas. Decía Mahatma Gandhi que «aquellas personas que no están dispuestas a pequeñas reformas, no estarán nunca en las filas de los hombres que apuestan a cambios trascendentales», y de esto hay bastante en nuestro país. En España somos amigos de los grandes debates con breve duración, siempre encontramos la solución en reformar la Constitución, el sistema del Estado autonómico, la ley electoral, etc, pero prestamos poca atención a esas reformas que, por su falsa pequeñez no reparamos en su trascendencia. Es el momento de cerrar órganos administrativos, sobre todo a nivel autonómico, de racionalizar infraestructuras, de reorientar la función pública y de pensar que el dinero público es de todos, y por ello, su gestión, si cabe, debe ser mucho más responsable que la de cualquier fondo privado. Para esto hacen falta políticos serios, responsables y valientes, y eso requiere leer mitología griega, y en concreto, los doce trabajos de Hércules.