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La crisis migratoria del norte de África rompe la solidaridad europea

«Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho».

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El discurso que dio el 9 de mayo de 1950 el entonces ministro de Exteriores francés, Robert Schuman, se considera hoy el germen de la UE. Seis décadas después, Europa se encuentra en su momento de mayor debilidad, con las dos «realizaciones concretas» que hasta ahora habían atado a la Unión en esta «solidaridad de hecho» en sus horas más bajas: el euro y el acuerdo Schengen para eliminar las fronteras interiores.

Como ha sucedido con la recesión económica, las olas migratorias del norte de África han probado que la frágil solidaridad europea, ablandada por los nuevos tiempos y otra generación de líderes, falla en cuanto llega la primera crisis con mayúsculas. Liderados por Francia, los estados miembros no están dispuestos a compartir el acomodo de los casi 26.000 inmigrantes que han arribado a Italia, reabriéndose una guerra soterrada entre los vecinos del norte y los del sur, con sus fronteras marítimas expuestas a la ribera mediterránea.

Schengen es poco de solidaridad y mucho de blindar las fronteras exteriores de la Unión. Pero ahora que éstas fallan, la UE puede tomar dos caminos en sentidos opuestos: desmantelar gradualmente el acuerdo, haciendo de la excepción la norma, reinstalando las fronteras interiores o «europeizar» realmente la gestión de la migración, con la Comisión Europea capaz de arbitrar entre los estados miembros y repartir a los inmigrantes irregulares entre los Veintisiete.

Los más escépticos apuntan que las capitales no cederán las competencias en un tema tan sensible como la inmigración. Y, aunque la crisis del euro ha probado que las huidas hacia delante funcionan al forjarse una gobernanza económica, la Comisión parece dar la batalla por perdida. Si Bruselas calló, e incluso avaló, que Francia reinstalara las fronteras con Italia hace dos semanas, ahora pretende ir más allá y considera que los socios puedan introducir controles en una sección o varias de las fronteras internas.

Según ha podido saber LA RAZÓN, la comunicación que presentará la próxima semana la Comisión contempla la introducción de estos controles como último recurso, de manera coordinada y temporal, por parte de aquellos vecinos de estados miembros que reciban una oleada por una desestabilización de las fronteras exteriores, lo que dejaría al Estado miembro sólo ante esta situación crítica. Y aunque la Comisión no aclara si al menos ella determinará cuáles son estas situaciones excepcionales, todo parece indicar que los Estados miembros tendrán manga ancha para imponer estos controles.