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OPINIÓN: Ni legalidad ni dignidad

La Razón
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L a diplomacia no es imposición, pero tampoco cesión. Decía la dama de hierro de la Administración Bush, Condoleeza Rice, que una democracia fuerte es la que muestra su poder sin arrogancia y persigue sus intereses sin intimidar. Cuando la demostración de poder es desproporcionada y la defensa de los intereses ciega, se coquetea con la dictadura. Pero cuando se renuncia al ejercicio del poder y a la salvaguarda de los intereses propios, la democracia termina postrada. Y ahí está la España de Zapatero y Trinidad Jiménez.
La renuncia moral a mantener una posición de fuerza en el Sáhara y la desidia para exigir el cumplimiento de las leyes internacionales retratan a un gobierno inoperante, amedrentado y menguante. Traidor de nuestra historia y ciego ante los principios de geopolítica que señalan a cada Estado sus áreas de influencia; y que le obligan a trabajar para sentar unas garantías mínimas de estabilidad en su entorno. Lo contrario de lo que hoy ocurre en un territorio en el que avanza el terrorismo de Estado. Ese fenómeno que aparece cuando hay violencia premeditada y sistemática, dirigida contra civiles y perpetrada por agentes estatales; cuando el objetivo a corto plazo es condicionar a la opinión pública internacional y, a medio plazo, mantener o alterar una situación jurídico-política, dentro o fuera de la ley. Exactamente lo que ansían las salvajes huestes de Mohamed VI en el Aaiún.
Quizá Jiménez piense que la tensión se aplacará cuando a su regreso a España pueda cambiar el poncho por el pañuelo saharaui. Se equivoca. El conflicto ha entrado en un ciclo nuevo y envenenado. Y ella y su apocado jefe son ya responsables.