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Pata negra por Pedro Narváez

La Razón
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En la víspera del fracaso sindical, mientras más de uno se preguntaba de buena fe si hacer huelga, en CC OO se cortaba una pata de jamón para animar con ambrosía de rico lo que había que pedir al día siguiente para los pobres. Fue el retrato final, la última cena de una casta protegida que, al contrario que el gorrino, engorda y engorda y nunca se sacrifica. Con el estómago lleno se piensa mejor en el vacío existencial de los demás, que es lo que tienen las revoluciones: que los rebeldes piensan por los demás, pero comen para sí mismos. La Ciencia ha descubierto que la psicología del cerdo coincide en un 80 por 100 con la del hombre. Y después del minuto de asombro se comprende. Pobres cerdos. El jamón recorre la espina dorsal de España, en su sabor no caben ideologías ni soberanismos. Nos gusta a todos, pero lo catamos los que aún tenemos trabajo y los sindicalistas, que lo tendrán siempre, el trabajo y el jamón. Estos señores, que sólo arreglan el paro cuando encargan la pancarta, no tienen que rendir cuentas, ni ante una empresa ni ante las urnas. Hagamos un referéndum, pero no para preguntar lo que el pueblo ya ha contestado en unas elecciones, sino para saber si los españoles quieren a Toxo y Méndez en la cabeza de las manifestaciones o si han de tomar el camino de la jubilación anticipada y el destierro de la tierra prometida. A la vista de los resultados de la convocatoria, el interrogante estaría resuelto. Aunque seguirán ahí, convertidos en teleñecos, mientras se creen personas normales a las que les gusta el pata negra. Orgullosos de unos cursos de formación en los que incluirán el de maestro jamonero.