Sevilla

Carmen Tello usó 60 soperas como jarrones por Jesús MARIÑAS

Colea el enlace sevillano de Carmen Solís y Agustín Aranda, auténtico récord de concurrencia aristocrática. Repasar a los asistentes es como ver el Gotha –almanaque internacional sobre la nobleza– en carne viva.

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Eso sí, realzado y asfixiado por los 31 grados que caían a media noche, cuando servían la ensalada de langostinos, langostas y vieiras sobre juliana de judías naturales, seguida de solomillo de buey braseado con cebollitas francesas y patatas a la crema con salsa de mostaza. Para rematar, un tocinillo de cielo con helado de carapino y marron glacé con frutos del bosque regados con Marqués de Riscal blanco y un Beronia crianza. El menú combinó con las soperas –elaboradas, costosas y preciadas– que Carmen Tello transformó en jarrones. Tiene más de sesenta y las conserva como piezas de museo, al igual que los trajes de Curro Romero.

Fue una noche de preciosismo continuado, aunque Eugenia Martínez de Irujo se puso indispuesta y tuvo que ser llevada a Dueñas por José María García y Montse Fraile, bajo su traje azul de Oscar de la Renta. La velada también estuvo animada con pulseras decó y con diamantes de Luis Gil, que compitieron con el broche de brillantes y esmeraldas de Conchita Spínola, madre de El Litri, perfecta y sobresaliente bajo rasos morados que remarcaban su fina estampa. Fue un diseño de Jesús del Pozo que no había estrenado por la muerte de su hermano, al que todavía lloran. Loli Reina combinó gargantilla y esmeralda en el anillo, feliz junto a su ahijado Rafael Peralta, que saca libro. Acabé exhausto repasando a los Segorbe, Plasencia, Sevilla, Peñalva, Sacro Imperio, Biesca, Villanueva de Cárdenas, Torres de la Prensa, Peña de los Enamorados, Infantado Peñaflor, Caltojar o Puebla de Cazalla, además de la inefable Cayetana con Alfonso Díez.

Enrique Solís estuvo rendido con María Colonques, vestida en un verde que combinaba con sus ojos valencianos. Su padre, propietario de Porcelanosa, todavía no se explica su exclusión en la cena de bienvenida a los príncipes de Gales durante su visita a Madrid, máxime teniendo en cuenta que fue el único español de a pie invitado a la boda de Guillermo y Catalina. El caso es que este enlace recuperó modos y costumbres perdidos por la necesidad que algunos tienen de vender la cercanía como pasarela de un famoseo advenedizo. No sé por qué pienso en lo risible que resultó la boda toledana del duque de Feria. Supuso una exhibición fatua, comercializada y gratuita.