Cataluña

Espiritualidad y evangelización por Lluís Martínez- Sistach

La Razón
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Invitado por el obispo de Huelva, Mons. José Vilaplana Blasco, asistí el pasado domingo de Pentecostés a la Romería del Rocío, que se celebra en el santuario de Almonte, coincidiendo cada año con la Pascua del Espíritu Santo.

Fui acompañando a dos hermandades de nuestra archidiócesis de Barcelona, una de las cuales, la de Cornellà de Llobregat, ha sido aceptada este año como Hermandad filial de la Hermandad Matriz de Almonte. La de Cornellà es la más antigua de las del Rocío, que ha tenido la gran satisfacción de ser reconocida como filial. Tiene su sede en la parroquia de San Miguel Arcángel de Cornellà de Llobregat.

En Barcelona y el resto de Cataluña la devoción a la Virgen del Rocío está muy presente y personalmente deseaba vivir, con quienes me acompañaban, la experiencia de la famosa romería, conocida en el mundo entero desde la visita apostólica que les hizo el beato Juan Pablo II.

En el santuario de Almonte vivimos –como allí se vive cada año- la suma de dos fiestas: la venida del Espíritu Santo y la de la Virgen del Rocío, conocida como la Blanca Paloma. La doble fiesta, muy unida en el espíritu de los romeros, nos invitaba a profundizar en aquello que nos recordaban las lecturas bíblicas de la fiesta de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo en el Cenáculo de Jerusalén.

Allí los Apóstoles estaban reunidos con María, la Madre de Jesús, en actitud de oración y a la espera del Defensor que Jesús les había prometido. Allí estaba presente la Iglesia naciente, con María acompañando a los Apóstoles, quienes, al recibir el Espíritu Santo, abandonaron el Cenáculo y fueron a anunciar el Evangelio al mundo entero.

La Iglesia siempre debe volver al momento inicial de Jerusalén; siempre debe volver al Cenáculo para revivir el espíritu y los propósitos del primer Pentecostés. Y debe hacerlo especialmente en este tiempo y en esta vieja Europa, que manifiesta como un cansancio y una fatiga de ser cristiana.

Todos sabemos que la palabra más usada, en esta época, en toda la Iglesia, y en especial en nuestro continente, es evangelización; esto es, cómo conseguir que la palabra de Jesús sea una buena noticia, una noticia creíble para los hombres y las mujeres de hoy. A este propósito responden iniciativas como el próximo Sínodo de los obispos, que se reunirán en octubre para estudiar, por deseo del Papa, el tema de «la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana». A este propósito responden también las dos iniciativas más destacadas de nuestra archidiócesis durante los dos últimos meses: la Misión Metrópolis y el Atrio de los Gentiles.
Pues bien, debemos ser muy conscientes de que toda acción evangelizadora nos pide vivir una espiritualidad sólida. La espiritualidad cristiana ha de ser trinitaria y eclesial, bien alimentada por la Palabra de Dios y por los sacramentos. Toda acción evangelizadora comporta que los cristianos tengamos como centro a Jesucristo. Conocer, amar e imitar a Cristo: aquí radica la esencia de la vida cristiana y de aquí surge el dinamismo que mueve a los cristianos a dar testimonio personal y comunitariamente de su fe. Nuestra acción evangelizadora debe estar también muy unida a la Virgen María, porque ella es nuestra Madre y nuestra Maestra en la acogida del don de Jesucristo, el Espíritu Santo, y siempre nos repite aquello que dijo a los sirvientes en las bodas de Caná: «Haced todo lo que Jesús os diga».

 

Lluís Martínez- Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona