Bruselas

36 horas después

La Razón
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Por más que el PSOE haya descontado la derrota de José Montilla como si se tratara de un ERE emocional, es inevitable que los platos rotos del domingo los pague Zapatero. Lo que Cataluña le dio hace siete años, Cataluña se lo quita ahora. Del mismo modo que las elecciones de 2003 anticiparon el cambio de ciclo en la política española, las de anteayer también anuncian un viraje a escala nacional. De nada sirve argumentar que Zapatero no era el candidato; tampoco lo fue en las primarias que ganó Tomás Gómez, y sin embargo todo el mundo le señaló como el perdedor, empezando por Alfonso Guerra. Por tanto, 36 horas después de las catalanas, la cuestión es si Zapatero tiene la obligación moral y política de adelantar las elecciones generales. O dicho de otro modo, si es razonable que prolongue su agonía política un año más mientras la confianza internacional en la economía española se hunde en mínimos históricos. Ya no se trata de que lo pida un Rajoy afónico de tanto insistir, sino que lo exigen los mercados y, en especial, doña Angela Merkel, a la que no le importaría recibir su dimisión en bandeja de plata. Si hasta ahora Zapatero sólo era percibido como un problema doméstico para buena parte de los españoles, incluidos los votantes del PSOE, tras el derrumbe irlandés se ha convertido también en un inconveniente europeo. Descorrido el último velo que le ocultaba del patio de butacas, el líder socialista está inerme bajo el foco como un actor al que se le ha olvidado su papel. Ya no le funcionan ninguno de sus trucos, su chistera está vacía y cada vez que abre la boca sube la prima de riesgo país. Ni siquiera la foto de los 37 magníficos, que hace dos años habría arrasado en la Champion's League de la economía, se ha interpretado como un gesto de poderío, sino como el grito desesperado del náufrago. De no sufrir España los embates de la sospecha, nada habría que objetar a que Zapatero completara la Legislatura. Pero cuando la preocupación de Europa no se llama Solbes, ni Salgado, ni Rubalcaba, quiere decir que ya sólo queda una bala en la recámara y nadie en quien parapetarse. De poco servirá, pasadas las elecciones catalanes, que el Gobierno decrete nuevos recortes para calmar la ansiedad de los inversores y de Bruselas. Eso es pan para hoy y hambre para mañana, porque en el zoco internacional se ha propagado la convicción de que Zapatero no es un gobernante fiable. Y como en las leyes de la piratería, cuando la macha negra señala a alguien, los piratas más aguerridos son los primeros que huyen de su compañía.