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Comercios

La Razón
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Si yo fuera el propietario de un comercio en la Puerta del Sol de Madrid, me sentiría indignado con los indignados. Si yo fuera el propietario de un comercio en la Puerta del Sol de Madrid me sentiría indignado con la pasividad del ministerio del Interior y la Delegación del Gobierno. Además, que la acampada ha perdido completamente su sentido, muchos la han abandonado y sólo quedan los presumibles anti-sistema. No es concebible tanta pasividad por parte de las autoridades. Han secuestrado la plaza central de Madrid, que se ha convertido en una cloaca. Manifesté mi simpatía y comprensión en un principio por la protesta de quienes no encuentran la luz de su futuro después de haberse formado con el esfuerzo de muchos años. Pero éstos ya no están en Sol. Manifesté mi simpatía y comprensión por todos aquellos, que la crisis económica ha dejado sin trabajo, sin recursos y sin esperanza. Pero éstos ya no están en Sol. Están buscando trabajo, recursos y esperanza. Han quedado los de siempre. Los que no hacen nada para salir de donde se encuentran, que en numerosos casos es la nada voluntaria e indolente. Ya no se ven en Sol paisajes diferentes de personas. Son todos iguales. Perfectamente uniformados de pasivos de la ultraizquierda. Rubalcaba, con la que lleva encima, no tiene ni un minuto para que la libertad de todos y los derechos de todos sean respetados. Para mí, que no se atreve a desalojar aquello que él ayudó a alojar. Un grave problema. El arma disparó por la culata, y la reacción de la ciudadanía no se vio influida para nada. Los indignados tendrían que sentirse indignados por los que han manipulado sus protestas. Los indignados de verdad ya no están. Pacíficamente han desistido. Pero su lugar ha sido ocupado por los profesionales de las asambleas estalinistas.

La Puerta del Sol presenta un espectáculo lamentable, una visión ruinosa y chabolista. Hora es de hacer cumplir la ley y devolver a todos los madrileños, visitantes y turistas sus derechos de libre circulación. Y hora es, sobre todo, de hacer cumplir la ley para que los últimos indignados de la Puerta del Sol y sus aledaños, los comerciantes, puedan ganarse la vida honestamente, como siempre han hecho, sin sufrir el quebranto y la suciedad de sus negocios. La Puerta del Sol es hoy un basurero. Quedan ahí los restos de una convocatoria que tuvo su significado y lo perdió porque se les fue de las manos a los convocantes. Y ya es hora de que todo vuelva a ser como solía. Una plaza libre y limpia por la que pasó una muchedumbre harta y en la que se ha quedado un último retén de profesionales de la ocupación.

Tendrá Rubalcaba que ordenar su desalojo. Y ahí se verá el carácter «pacifista» de los reunidos. Muchos lo son, pero otros esconden entre sus flores y sus lamentos por el calentamiento global la violencia de los sufragados oficiales. Si el pacifismo es cierto, y después de diferentes advertencias, las porras no tienen que salir de sus fundas ni golpear a nadie. Pero será imposible, porque no todos los que allí restan son pacifistas ni sinceros. Se han aprovechado de una situación trágica para montar su verbena de suciedad. Esto no es Egipto, como ha dicho el frívolo de Obama, sino una gran democracia, como le ha corregido Sarkozy. Allí protestan porque quieren votar, y aquí lo hacen para dificultar el derecho al voto libre y soberano.

Rubalcaba tiene que ordenar que la Puerta del Sol vuelva a ser lo que ha sido siempre, no un campamento insalubre de desocupados. Los de verdad ya no están. O la Policía, o el enviado del Ministerio del Interior para repartir los sobres prometidos. Pero ya.