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El destino de Turquía

La Razón
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En la confluencia entre Europa, Rusia, el Cáucaso y Oriente Medio, Turquía es estratégica aunque no lo quiera, pero además está encantada de serlo. En el siglo XIX era conocida como el «hombre enfermo de Europa»; en el XX sólo era importante por su posición geográfica, pero la Turquía de hoy cuenta con otros activos: una economía en expansión y una potente demografía. Y desde siempre está su potencial étnico: los turcos tienen primos hermanos desde sus fronteras orientales (los azerís de Azerbaiyán e Irán), todo a lo largo de Asia Central hasta Yakutia, en la Siberia Oriental. Afinidades que nunca han sido muy rentables, pero quién sabe.
La Turquía de hoy anda a la búsqueda de su destino, que no es ya el del país subdesarrollado y exótico, siempre mirando por encima del hombro a sus vecinos orientales y llamando durante medio siglo a la puerta de Europa. Es una Turquía que ha descendido a sus raíces islámicas como paradójica consecuencia de la democratización, que las ha encontrado en la movilización política del país rural y profundo y en las clases bajas urbanas, con frecuencia inmigrantes del interior.
Sus élites occidentalizadas, que veneran ante todo el laicismo asociado a Mustafa Kemal Ataturk –que no implica renegar del islam, pero sí separar religión y Estado–, han quedado en minoría. Ese afloramiento islámico no sabemos a dónde puede llegar. Tiene al mundo al acecho de la deriva islamista. En todo caso representa una aspiración a volver a jugar un papel central en el Oriente Medio, el llamado «neootomanismo».
Las elecciones de hoy domingo las va a ganar el AKP –el Partido de la Justicia y Desarrollo del primer ministro Erdogan–, ya en el poder y protagonista de los citados cambios. Continuidad sí, pero no irrelevancia porque todo está en marcha en Turquía.