Estados Unidos

OPINIÓN: Una tila para Obama

La Razón
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Escaño arriba, escaño abajo, las elecciones dejan un mensaje nítido para Obama: si los cambios llevan tiempo, los grandes cambios llevan más tiempo aún. Era la recomendación de Winston Churchill a cualquier gobernante que pretendiese envolverse con ropajes de estadista y cambiar el estado de cosas en el mundo. Y el hoy debilitado presidente llegó a la Casa Blanca para eso.

A su juicio, Estados Unidos había corrido el serio riesgo con Bush de convertirse en una nación orgullosa de sí misma, proteccionista, engreída, aislada. Y era urgente no sólo un lavado de imagen, sino también una revisión de los cimientos sobre los que se asentaba y proyectaba el poder global de Washington.

Aquel candidato demócrata que aplastó al viejo McCain incluso en feudos de fértil raigambre republicana ha fracasado al encarar una pareja de desafíos sin parangón. Una crisis equiparable en numerosos parámetros a la Gran Depresión y dos guerras, Irak y Afganistán, ante las que un imperio benévolo sigue midiendo sus fuerzas en el nuevo siglo.

En el campo de batalla ya está asumiendo el diagnóstico de la Junta de Jefes de Estado Mayor: todo lo que no sea victoria es derrota, y no hay empate posible. En la economía, ya está comprobado que la solución a todos los males no radica en que los gobiernos protejan a los mercados de su propia miopía; en que coloquen un paraguas sobre consumidores, inversores y trabajadores.

A Barack Obama le llega la hora de la reflexión y del planteamiento de nuevas ideas para la remontada. No estaría de más que, como base para el futuro, tomase una de las sugeridas por Bill Clinton: «Los gobiernos grandes no tienen todas las respuestas para los ciudadanos. No puede haber un programa estatal para resolver cada problema. No está ni en las raíces ni en las posibilidades de la nación».