Historia

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Doña Esperanza y don José

La Razón
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Lunes, 7: plagiar
Miel de la Alcarria, turrón de Jijona, sardinas de Santurce el primer tiempo, ayer, del Racing de Santander-Real Madrid.
–¿Lo ves? Plagiar al Barcelona no es plagio, es un deber –exclama entusiasmado Hernán San Pedro–.
Matizo:
–Y con más velocidad y capacidad de tiro que el Barça.
La ley no polemiza, que se dice, pero el forofo sí:
–Sin Cristiano, ¡qué partido tan cristiamente delicioso ha hecho el Madrid! –ironiza mi amigo–. Con Cristiano –se pregunta–, ¿volverá a jugar tan cristianamente el Real Madrid?
La pregunta está en la calle. Como Piqué, en plan modelo guapo de una marca.

Martes, 8: Escudero

Soy tan antiguo, que le vi jugar. En mi adolescencia de socio de aquel Atlético del estadio Metropolitano, en la facultad de Derecho todos o casi todos eran madridistas salvo dos chicas, Carlos Tercero, Paco Rico Manresa, Gerardo Pajares y yo. Éramos la oposición. Para su época, Adrián Escudero era un Tarzán: alto, macizo, guapo y goleador. El imbatido pichichi del cumplido y cachondo siglo de mareas altas y bajas que tiene el Atlético. Los periódicos narran hoy, con motivo de su muerte, lo que fue, lo mucho que fue; yo solo diré que coincidíamos los domingos en la misa de once de los jesuitas de San Francisco de Borja,en la calle Serrano.
–Escudero –le dije y le besé en la cabeza la última vez que le vi, de lo cual hará unos dos meses–, qué alegría verte.
Alzó la cabeza y bisbiseó:
–Gracias. Aquí, hablando con Dios... Nos llevamos.

Miércoles, 9: dandismo

Doña Esperanza Aguirre, como política, es el dandismo de la difícil y honesta sinceridad, y don José Mourinho, como entrenador, es el dandismo de la antihipocresía. Dandis los dos. Doña Esperanza está «a muerte con Mourinho» porque le gustan sus comparecencias ante los periodistas: jamás insípidas, jamás incoloras, jamás cursis. Estoy con doña Esperanza por la cosa del voto, y con don José cada día más porque nos da titulares (el solomillo de la profesión periodística) y, naturalmente, por sabio en su oficio (no es elogio, es axioma).

Jueves, 10: Messi

En el mundo, por lo que a notoriedad, reputación y popularidad más o menos friki o rupestre se refiere, hay un Obama, una Lady Gaga, una Angela Merkel, un Berlusconi y Messi (hay otros pocos más, lo sé). En la aldea planetaria del deporte de MacLuham, el «number one», hoy, ahora mismo, es Messi, rociado de adjetivos loadores por su primer gol al Arsenal, y por su hacer y su velocidad cerebral, en todos los periódicos del más acá y del más allá del Atlántico: «Hipnotizador, irresistible, galáctico, indiscutible, increíble, verlo para creerlo...». Nunca, que yo recuerde, y presumo de memoria vigorosa y fresca, pues también yo me acuerdo de mi abuelito no fusilado, había visto en los medios (prensa, radio y televisión) tal arcoíris de admiración por un futbolista.

Sábado, 12: Lissavetzky

Jaime Lissavetzky: 58 años de edad, 50 años de madridismo y 7 años en la Moncloa del Deporte (Consejo Superior de Deportes). El trabajo, ciertamente, es una amalgama de vocación, talento y azar, por aquello de que el hombre es él y sus circunstancias (Ortega). Con el moncloíta Lis- savetzky, el deporte de España ha vivido su edad de oro (¿irrepetible?): 37 medallas olímpicas, 992 medallas en campeonatos mundiales absolutos, 3 Copas Davis y 39 victorias en los grandes torneos de tenis. Se va, sin embargo: deja su Moncloa del Deporte para competir «contra» Gallardón por la alcaldía de Madrid. Lo siento. Creo más en el hombre –¡muuuucho más!– que en los partidos políticos. Las ideologías no hacen a los hombres, son los hombres los que hacen las ideologías. A Lissavetzky parece que le va a suceder –ojalá– otro hombre de vocación, talento y «consanguinidad» con el azar que da y quita, Albert Soler.