Aborto

El dique dental

La Razón
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Ha causado sensación la noticia sobre la niña rumana, y gitana, que acaba de ser madre a los diez años en un pueblo andaluz. Un hecho que a mí no me ha escandalizado, al contrario de lo que parece haberle ocurrido a la mayoría. Lo que me ha sorprendido es precisamente la cantidad de gente que se ha sorprendido; me ha dejado boquiabierta el gran número de personas que desestiman el asunto diciendo simplemente «¡ah, pero es que es una niña gitana y ‘‘además'' rumana!…», como si el prejuicio racial o la excusa cultural les hiciera respirar más tranquilos pensando que, de algún modo, «no es nuestro problema». En España, en los últimos años, los embarazos de menores de 15 años se multiplican a ritmos del 400%. De los abortos, ni sabemos; y menos ahora que una niña de 16 años puede abortar sin el consentimiento de sus padres. En España se editan guías de «Sexualidad y Anticoncepción» para niños de «doce años en adelante». Se ofrecen descuentos del 20% en algunas clínicas abortivas presentando la «Tarjeta Joven». Es más fácil conseguir una rebaja para abortar que para comprar un libro. Las autoridades encargadas de esa fantasía llamada «bienestar social» reparten entre niños y adolescentes lubricantes anales y vaginales y preservativos con sabor a fruta. También «diques dentales». (Dios mío). Un dique dental es un trozo de látex o poliuretano, impermeable, que los dentistas utilizan como filtro profiláctico para aislar dientes, y que ahora se emplea como preservativo para mantener contacto buco-genital.

Ciertos políticos los distribuyen alegremente entre la muchachada, esos hijos del paro y la depresión que puede que carezcan de horizonte vital pero, desde luego, no sexual mientras haya servidores públicos «concienciados». Aunque ni los condones con sabor a fresa ni los diques dentales sirven de mucho, a tenor de las estadísticas sobre embarazos de menores.

Una se pregunta si las autoridades competentes (¡!) no habrán confundido «educación sexual» con «estimulación precoz». ¿Y éste es el mismo país que luego se indigna o se alarma ante los casos de pederastia?, ¿el mismo que está incitando a sus criaturas a practicar sexo cuando debería obligarlas a dejarse las hormonas en los gimnasios y las aulas?, ¿el mismo que anima a llevar una «vida sexual sana», propia de adultos de treinta años, a críos que no saben ni multiplicar…?

La España de la renovación progre quiso quitarse de encima el peso de la caspa franquista, con su severidad de velo y confesionario, y se lanzó hace más de treinta años a una desenfrenada carrera por una supuesta «modernidad» que estamos muy lejos de haber alcanzado. Los países que alientan, o consienten, la precocidad sexual son los más atrasados. La pobreza (económica, espiritual) generalmente es más prolífica que el desarrollo. La ignorancia es hermana de la promiscuidad. La modernidad es razón, autocontrol, tiempo para el refinamiento, la madurez pausada y el respeto por uno mismo. Justo lo contrario de lo que somos nosotros, con esos diques dentales, en vez de libros, que les hemos legado a nuestros niños.