Cataluña

Bronce con sabor a oro

La Razón
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La izquierda se hunde y el centro-derecha emerge a la superficie. Cuando está en juego la supervivencia, la apuesta es a valores seguros; se aparcan las excentricidades y prima la gestión. Así se entiende el descalabro inédito del socialismo en Cataluña y el empuje histórico del Partido Popular.
En un momento de emergencia social y económica, Alicia Sánchez Camacho recoge con gran mérito los frutos que ha sembrado. Y ha sembrado de forma imperfecta y mejorable pero lo ha hecho con pundonor, con principios y con firmeza. Dando la cara, sin ambages y consciente de que era la hora de clausurar una travesía del desierto demasiado extenuante, de desatascar el partido, de animarse y de generar algo más que ilusión.
Y lo ha hecho pegada a la calle. Cuando el establishment le ha reprochado su catastrofismo por hablar de la crisis, ha sacado a la palestra los dramáticos datos del paro; cuando se le ha negado la vulneración de derechos a los castellanohablantes, ha contraatacado denunciando las multas lingüísticas; cuando se le ha acusado de xenófoba por discriminar a los inmigrantes, ha explicado lejos de la corrección política la envergadura de un desafío complejísimo y fuente de terribles problemas de convivencia; cuando se le ha afeado su discurso contra la corrupción, con más energía ha subrayado los desmanes multimillonarios de los casos Palau y Pretoria, larvados en los círculos de confianza de la sociovergencia.
El sólido espaldarazo al Partido Popular de un electorado tan exigente como el catalán tiene una lectura en clave nacional, de primarias, de prefacio de las próximas generales. Pero a nivel doméstico la frescura y el descaro de Alicia han sumado. Toca ahora mantener la entereza y la coherencia en la relación con CiU. En clave de gobernabilidad, toca no caer en las tentaciones que se presentan cuando se conjugan en la misma ecuación la aritmética y el poder.