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Ni un pelo de bobo: el carnaval de Pérez de la Fuente

Madrid está en carnaval, y mil enredos ocurren en sus licenciosos callejones. Es «Un bobo hace ciento», una alocada comedia con la que la Compañía Nacional de Teatro Clásico estrena autor, Antonio de Solís, y director invitado

elenco veterano En escena, de izda. a dcha., Arturo Querejeta, José Ramón Iglesias y Daniel Albaladejo, tres de los actores habituales de esta CNTC larazon

Si preguntan a algún historiador por Antonio de Solís y Rivadeneyra, seguramente no tenga problemas en asociarlo a una conocida «Historia de la conquista de México», texto ampliamente citado por la historiografía escrito en 1684 por quien llegó a ser secretario de Felipe IV y cronista oficial de Indias. Pero a Solís (Alcalá de Henares, 1610-Madrid, 1686) le había picado antes incluso el gusanillo del teatro –colaboró con Rojas y Calderón de la Barca, de quien fue discípulo–, aunque hoy en día su obra haya quedado relegada a la categoría de rareza. Apenas una representación en todo el siglo XX en España de su obra más «conocida», «El amor al uso», da fe de ello. Claro que para eso hay tipos enamorados de las joyas secretas de nuestro repertorio, teatreros empeñados en no dejarlas caer en el olvido. Desde su llegada a la Compañía Nacional de Teatro Clásico, hace siete años, Eduardo Vasco ha estrenado a autores que nunca habían sido montados en la casa, de Guillén de Castro y Gil Vicente a Moratín y Ramón de la Cruz. El penúltimo, sin ir más lejos, Diego de Figueroa, con «Todo es enredos amor», un magnífico ejercicio cómico que firman los responsables de Teatro Meridional al frente de la Joven Compañía. El último, esta otra invitación a un director de fuera para recuperar a Antonio de Solís a través de la comedia «Un bobo hace ciento». Así que debut en la CNTC, de Solís y de Juan Carlos Pérez de la Fuente, veterano regista –estuvo ocho años al frente del Centro Dramático Nacional y desde 2004 ejerce de productor y director privado–, acompañado por la versión que firma Bernardo Sánchez (suya era la de «El verdugo» también, entre otras obras).

 Pérez de la Fuente, que se ha medido con otros clásicos como «El mágico prodigioso» y «La vida es sueño», remite sin embargo al espíritu festivo y de «teatro total» de uno de sus montajes más conocidos, «Pelo de tormenta». Aquí ha convertido el escenario del Teatro Pavón en un Madrid de edificios móviles recreados con maquetas de madera y flanqueados por burladeros, y en él sus personajes, vestidos de forma anacrónica y desmesurada, prometen una propuesta excesiva en la que la comicidad será protagonista.

El declive del imperio

Cuenta Pérez de la Fuente que «no se trata de una obra sencilla, yo sabía en el fondo lo que Eduardo quería que hiciese: una fiesta de locos, que lo es porque estamos hablando del declive del imperio». Y es que, cuando el autor escribe esta pieza en 1656, «las comedias de capa y espada, con sus damiselas, están en declive». Se alumbra una nueva especie, el figurón –el pretencioso que queda ridiculizado, y que los dramaturgos comienzan a dibujar con trazos caricaturescos–, y así ha querido verlo el director madrileño, que explica que el montaje «tiene un perfume de locura española con su punto de gran carnaval. Hace muchos años ya que el teatro se ha separado del carnaval, y está bien de vez en cuando que se reencuentren».

Y lo explica sin tantos rodeos: «Hace falta sexo. Hay mucho en esta obra». Un enredo licencioso que muestra un Madrid carnal de líos desenfadados protagonizados por los galanes Don Luis y Don Diego, el graciso Martín, las damas Doña Ana y Doña Isabel y otros vecinos como Don Cosme. Esta versión ha recuperado la loa del carnaval, escrita en el original y que fue eliminada en versiones posteriores, una alegoría en la que tienen voz la Vida Humana, el Tiempo, las Edades de Oro, Cobre, Plata y Hierro y las Carnestolendas.

Cuenta Bernardo Sánchez que esta práctica teatral es la «loa de un carnaval radical, puro y duro, no como los de ahora, que son parques temáticos, donde se habla del amor y el tiempo, la muerte y la vida. Los mismos temas que aborda la comedia, pero intrincándolos en el laberinto de la ciudad, de la mentira y la desconfianza, donde el ser humano se mueve buscando el amor». La trama, según el director del montaje, «es imposible de resumir, es una obra dificilísima de enredos, equivocaciones y pérdidas de cartas».

El reparto, con rostros habituales de la CNTC, como Arturo Querejeta, Daniel Albaladejo, Eva Trancón, Fernando Sendino y Muriel Sánchez, es el que ha llevado a escena ««El castigo sin venganza», «El condenado por desconfiado» y «El pintor de su deshonra».

El Himno nacional

Pérez de la Fuente apuesta por un vestuario atemporal, en el que los figurines de ellas casi parecen de los años 50 «y ellos parece que hayan salido del Oeste». Y, como buen carnaval, la música y el baile tienen una intensa presencia. Se ha vuelto a contar con la dirección musical de Alicia Lázaro: «Toda la obra es una coreografía. El naturalismo no nos asiste», deja claro el director del montaje. Entre las sorpresas de escena, fandangos, seguiriyas, una danza cómica de la época conocida como matachín... y hasta la Marcha de Granaderos. «La obra tendrá hasta su pizca de escándalo, suponiendo que hacer sonar el himno nacional sea escandaloso», dice con ironía Pérez de la Fuente, sin renunciar a ese pequeño territorio de provocación: «Si el teatro no recupera esto, está muerto».


El detalle: EL «MAQUETÓN»
«Un bobo hace ciento» se desarrolla en un Madrid laberíntico cuyos callejones cobran protagonismo. Pérez de la Fuente lo ha interpretado en clave de maquetas móviles realizadas en madera al natural. Los actores se desplazan entre las casas e iglesias de este Madrid a escala reducida, mueven los edificios e incluso bailan «con ellos». «Es el maquetón de Madrid: aquí converge todo una vez más y aparece la ciudad como la corte de los milagros», señala el director.

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