San Martín

Bolívar en la Castellana

La Razón
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Por una vez, el Día de la Fiesta Nacional hará hoy honor a su nombre anterior, Día de la Hispanidad. Alguien ha tenido la feliz idea de invitar al desfile a militares de los países iberoamericanos que celebran este año el bicentenario de su independencia. Que las jóvenes repúblicas ondeen sus banderas en el corazón de la antigua metrópoli viene a confirmar que la historia de los pueblos se procura siempre la venganza más sutil y discurre ajena a la voluntad de sus dirigentes. Si hace dos siglos Bolívar y San Martín volvieron grupas a un país invadido, roto y a la deriva, siguiendo los pasos de la independencia americana, hoy cientos de miles de iberoamericanos desandan el camino y buscan en España el futuro que se les niega en sus países convulsos y sin rumbo cierto. Un vistazo desapasionado a estos doscientos años basta para concluir que el sueño bolivariano ha producido monstruos, que la vida de millones de hispanos no es mejor ni más libre ni de mayor esperanza que la de sus antepasados súbditos de la Corona española. Pero no es probable que las repúblicas bicentenarias aprovechen la efeméride para hacer un balance honrado y sin trampas. Trae más a cuenta envolverse en la bandera, disparar cuatro salvas patrioteras y seguir donde están, o donde estaban en 1810, luciendo de Tirano Banderas, llevándoselo crudo y exprimiendo al cholito, al moreno y al indio. Aún se cuenta por México aquella historia de unas tribus indias de Oaxaca que en la década de los 50 escribieron varias cartas a Su Majestad el Rey de España pidiendo amparo frente a los gobernantes criollos que los expoliaban y maltrataban. Al igual que aquellos indios, amplísimos sectores de los pueblos hispanos, que creyeron liberarse con la proclamación de nuevas naciones, sólo cambiaron de capataces, con la diferencia de que los recién llegados eran más insaciables e impíos que los expulsados. Y así llevan dos largos siglos los padres de la patria, incapaces de conducir a sus países por la senda de las libertades, el progreso y la justicia. Y encima tienen la desfachatez de culpar a la colonización española de los males y de la corrupción que laceran hoy a sus conciudadanos, empezando por el analfabetismo que aún padecen 40 millones de personas. La cantinela del colonizador malvado es una coartada en la que son consumados oficiantes los populistas de nueva generación, vástagos de la estirpe de los espadones que hacen de la bandera una mortaja. Bolívar vuelve hoy a su primera patria, y acaso abomine de sus herederos.