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La vida, que es maravillosa a pesar de los pesares, pone en tu camino algunos regalos impagables y, sobre todo, inesperados. Mientras en la calle bulle algo distinto y que anima a hacerse algunas preguntas interesantes, servidora (representante del columnista analógico que desprecia lo virtual y que ya no busca pruebas porque tiene certezas de antemano) prefiere quedarse en su sofá tranquilamente. Se queda una en su sofá poniéndose tibia a Chasquis de Facundo y se da cuenta de que siempre hay un idiota de guardia. Hablamos de Lars von Trier, amiguitos, y a la vez que le llamo idiota, saludo de lejos a sus admiradores.

El cineasta danés ha metido la pata hasta el corvejón en el Festival de Cannes, y el Festival de Cannes, que es inflexible, le ha nombrado persona non grata por decir que entiende a Hitler. No dijo sólo eso, la verdad, porque la frase es un poco más larga y le voy a hacer el favor al idiota de escribirla entera para que vean que, en realidad, el idiota trató de ser original, se metió en un jardín y acabó el laberinto en penalti y expulsión. «Comprendo a Hitler y le tengo un poco de simpatía, aunque creo que no era un buen tipo. Creo que hizo malas cosas, sí, absolutamente, pero puedo imaginarlo sentado en su bunker, al final».

Lars von Trier empezó a caerme mejor cuando Joaquín Reyes le sacó en un «Celebrities» inventando el plano meada-secuencia y avanzando que los extras de sus películas consistían en diez minutos de silencio, pero hasta entonces me parecía uno de esos tipos que de vez en cuando nos toca sufrir y que consideran que son unos genios. El genio profesional gusta de creerse por encima, dotado de un talento sobrenatural, capaz de iniciar un camino diferente al del resto. Leídas tres críticas de sus inicios, el genio muta en gilipollas y supone que debe ir más allá para mantener su prestigio. Entonces adopta pose de trascender a su tiempo. Más tarde abusa de las frases insulsas y luego se queda con la mirada perdida como dando la sensación de que los demás no estamos a la altura. Y, finalmente, desbarra en público, porque cualquier cosa menos pasar por un acomodado. Y mi Lars von Trier, creador del «Dogma 95» y de profesión súper intenso, se cargó de un plumazo todo su crédito para pasar a ser un mamarracho con ganas de provocar. Se pasó de listo, de humorista, y perpetró un chafarrinón. La industria admite naturalidad pero sólo consiente corrección. Pobre chico tonto listo.