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Ronda

Michelle Spain 70

La Razón La Razón

Tras pisar la Luna, Armstrong y sus dos astronautas buscaron emociones fuertes en otro satélite a explorar: la España botijera de albero y NODO, con aquel españolito, por tercios, cabeza de familia, pluriempleado y fakir, capaz de meter a una docena de bípedos en un seita por tiempo indefinido. A porta gayola, a los pies del avión, les recibían Antonio Bienvenida, Paco Camino y El Viti, con tres vestidos de torear en la mano y una recomendación «mejormundista», autárquica y cañí: «Tomad para que la próxima vez vayáis bien vestidos a la Luna o a cualquier lugar del Universo que se os antoje». Un hombre del espacio, a descubrir el cosmos, sí, pero como Dios manda: de grana y oro. Cuarenta años después, rebuscando entre las polillas de las señas de identidad, los dones ofrecidos a la emperatriz son el sol, el jamón y una regalada tarde de agosto para pisar la Maestranza de Ronda, donde cerca palpitan las cenizas de Welles. Habrá que pensar si reutilizar el mismo ramillete de agasajos que con los astronautas demuestra que para América somos la España que fuimos («Qué sabríamos de nosotros sino fuera por los demás», dice Pla); si los souvenirs son sólo una demostración de que los jefes de protocolo flojean y tiran de catálogo o si, al cabo, debemos celebrar que seguimos siendo lugar de veraneo, porque, según Neville: «A la vida se viene a veranear».

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