África

Crítica de libros

De interinidad

La Razón
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Lo interino trae ecos del mundo de la enseñanza, aunque podamos advertirlo en tantos órdenes de la vida. Pero de un tiempo a esta parte el mundo entero se nos torna como interino. Incluso aquel Portugal que declaraba que jamás recurriría al oxígeno del rescate, en escasas horas, el interino primer ministro, un Sócrates menos sabio, debió rectificar. La Bolsa española algo se habría olido la jornada anterior, porque el dinero no anda tan escaso de información como la política. Interinos permanecen algunos países del Norte de África, de los que nos separa un no tan ancho mar, aunque nos permita el alejarnos de sus problemas que son incluso mucho más graves que los nuestros. No conviene enumerar o comparar unos con otros en estos tiempos de graves desengaños. Porque allí, pese a que poseen grandes riquezas petrolíferas, las altas tasas de paro se convirtieron ya en endémicas, aunque no supongan, como entre nosotros, piedra de escándalo. Se lanzan a las calles y contra las balas en protesta contra un dícese a sí mismo ministro del señor cristiano, que llegó a quemar un Corán en el lejano estado de Florida. Tales hechos, aunque aislados, incendian las multitudes islámicas. Pero ni su comprobada fe logra salvarles de una, para los países occidentales, despótica minoría gobernante. Y su esperanza de crecer en bienestar resulta tan escasa que algunos prefieren atravesar el charco en unas livianas naves que eligen para perderse en este mar, casi lago, Mediterráneo y evitar así tanto desastre, ayuda bélica o miseria sin aparente remedio.

Hemos combatido la interinidad y contra ella se levanta en el ámbito administrativo el funcionariado. Quienes ejercimos la docencia también fuimos primero interinos, aunque sin tanto dramatismo. Pero ahora la interinidad se ha adueñado de buena parte de las profesiones y hasta del gobierno de los estados. De hecho, la democracia posee en su seno un destino interino, que parecería desbaratar cualquier proyecto a largo plazo. Los políticos, por demócratas, resultan siempre interinos. Los funcionarios del Estado permanecen y observan de reojo y no sin cierto regodeo a aquellos, obligados a desaparecer a plazo fijo. La interinidad nos envuelve, en esta postmodernidad, hasta en la vida cotidiana. Los jóvenes y los no tan jóvenes entienden hasta el matrimonio como un estado interino en el que la pareja, del sexo que sea, no deja de ser un interrogante abierto que nunca acaba de cerrarse. El tiempo que vivimos se asemeja a los tripulantes de un barco sujeto a fuerte oleaje. Nada en su superficie parece sólido, fijo o fiable. Cuando la juventud aspira al funcionariado, a lo definitivo en lo que sea y lo antes posible, porque ha de resolverles, aunque sea a medio gas económico, su vida hasta la jubilación, el Estado se deshace como azucarillo en el café. Desaparece del horizonte el azar creativo de los emprendedores. Nada, pues, resulta fiable a esta hora y aún menos en aquellas profesiones que se asentaron en la vocación, ya fuera científica, universitaria, de maestros de diversos niveles, empleados en la judicatura, en los organismos públicos. Quienes consiguieron una plaza por oposición temen que la solidez de antaño se haya convertido en entelequia. Cualquier empleo está en peligro. La inseguridad social se olfatea. Ni siquiera el presidente Obama, núcleo de poder, está seguro de lograr un segundo mandato. A estas alturas prepara ya una campaña –que empieza con la captación de dinero– en la que probablemente no participarán las grandes corporaciones industriales. Y habrá que ver si los amigos de internet logran doblegar el brazo de unos republicanos inclinados por el Tea Party hacia la ultraderecha. Si la clave del imperio se tambalea poco podremos añadirle los periféricos. Nunca el mundo en el que vivimos –o desde hace muchos años– parecía tan mal ordenado, casi como dejado de la mano de Dios. Pero, en cambio, las encuestas del CIS, que subvencionamos con nuestros impuestos para conocer lo que opinamos, ofrecen cifras contradictorias. El paro y la crisis ocupan un lugar destacado –y no es para menos–, pero a título individual, la mayoría asegura vivir bien o casi bien, aunque de las diversas respuestas se desprenda el desengaño que nos agobia. Y en lugar preferente sobre los políticos y la política. Pero no podemos quejarnos de los resultados de los dos grandes equipos de fútbol que nos aglutinan. Con jugadores propios y extraños se consiguen las mejores pruebas de que la pelota es redonda, como el mundo que habitamos, pero ofrece mayores satisfacciones. Los aficionados del Madrid y los culés se hallan en la gloria internacional. Por resultados no requieren rescates. He aquí, pues, algo sólido en lo que agarrarse. No se nos respetará por nuestra cultura científica o por la calidad de las Universidades, tampoco por nuestra ramplona economía, incapaz de superar un paro ya endémico o llegar a descubrir cuántos de los parados lo son de una economía subterránea. Dentro de unos lustros promete el Ministro de Trabajo, cuya buena fe está fuera de toda duda, remontarán los salarios y, tal vez, hasta las pensiones. Porque también esta crisis, que tan mal atravesamos, resultará interina. Se nos recomendó vivir en lo inestable, en lo interino. A ver si lo logramos.