Ésa fue la última frase de tu última columna. Lúcida, concisa, esperanzada. No podías haber dicho nada más acertado, Jorge. Eso pienso yo, claro: que el mundo o se feminiza o se acaba. Pero tiene más mérito que lo digas tú: un hombre, un hombre hetero, galante, seductor. También tiene más predicamento. Los hombrecitos que todavía levantan la metralleta y marcan el territorio con sus sustancias sólo escuchan a los varones. Gracias, Berlanguita, por darnos a las chicas este beso antes de morir. Acabo de leerlo y no lo creo todavía. Pero Jorge, cómo te has ido tan pronto. Si estabas en lo mejor. Si estamos en lo mejor. Yo también he estado a punto de largarme hace un par de meses, sin comerlo ni beberlo, como tú, como se va la gente que no muere de vieja revieja, que es la única forma natural y justa de irse de aquí. Lo otro, morirse joven y sin quererlo, es una canallada. Aunque quizá tú, a veces ocurre, te habías agotado de este mundo golpeador. Y lo de tu padre; estuve en su capilla ardiente, te vi, pero no me acerqué a saludarte, me dio un ataque de timidez. Estabas frágil y dolorido. Pero yo siempre te he visto así, a punto de desvanecerte como un molinillo de viento. Jorge, aunque nunca hemos sido amigos de los de compartir charlas y vino, tú y yo siempre nos hemos caído bien, nos hemos gustado, vaya. Tú me piropeabas cada vez que me nombrabas en tus artículos. Yo te lo decía mirándote desde muy lejos en los eventos. Ahora te lo confieso en palabras, chico guapo: mi admiración. Mi cariño. Lo sabías.