Barcelona

La semana de Martín Prieto: Pelar una naranja

Quien firma no es taurino, pero le cuesta rubricar prohibiciones, excepto las que hieren la condición humana. Y la inteligencia. Prohibir los toros no es más que un gesto político de quien sueña con un país ideal

Troy Davis
Troy Davislarazon

En mi internado con los hermanos salesianos no me impartieron la entonces vigente Formación del Espíritu Nacional ni la inexistente Educación para la Ciudadanía, sino Magisterio de Costumbres, enseñándome a comportarme socialmente con discreción y prolijidad, a no molestar ni imponer mis criterios a los demás, a pelar la naranja sobre el plato con cuchillo y tenedor o no besar la mano en descubierto o descubrirme en techado. Asuntos aleatorios que nos vamos dando a nosotros mismos y que aceptamos, rechazamos u olvidamos con libre albedrío.

La clase política española, últimamente dada al ensanchamiento de las libertades, como si emergiéramos del medioevo, no procura dulcificar y amabilizar la relación entre las personas, sino reglamentar el comportamiento de los súbditos, que son siervos de la gleba para el Estado, la autonomía y el municipio, claves del régimen autoritario. La espuma de la progresía (que calla ante la pena capital), el socialismo de pachanga que sufren los verdaderos socialistas –y las derechas nacionalistas– se acuestan en extraña camada para dictar, normatizar o prohibir que en Cataluña, por ejemplo, no se pueda celebrar una corrida ni pasear sin sudadera a diez metros de la playa.

Artur MAs y sus palmeros podrían cantar como Manolo Escobar que no les gusta que a los toros vayas con minifalda. El andaluz José Montilla y su mujer se quitaron de los toros como quien lo hace del tabaco, y en Barcelona no puedes representar «Carmen» porque el libreto de Bizet incluye la representación de una lidia. La antitauromaquia sólo tiene sentido como antiespañolismo y nada tiene que ver con la defensa de los derechos del animal tan olvidado en los veranos catalanes.

Una vez más, el prohibicionismo nos impide elegir para correr mansuetos por los caminos que marca una nomenclatura política asaltada por mesnadas de ganapanes y analfabetos. Prefiero la educación salesiana; gracias a ella tomo la naranja con cubiertos, la pelo a mano o la desgarro a mordiscos en soledad si me pete.


El personaje de la semana
Troy Davis
El todopoderoso Tribunal Supremo estadounidense suspendió el martes la ejecución en Georgia por inyección letal de Troy Davis, afroamericano de 42 años, condenado en 1991 por el asesinato de un policía blanco. Pero se cumplió el jueves. Davis llevaba 20 años en el corredor de la muerte, las pruebas de su culpabilidad se habían evaporado, la pistola del crimen no apareció y los testigos de cargo se retractaron y por tres veces postergaron su muerte en el último minuto porque ahora era «presunto inocente» sólo amparado por abolicionistas como Benedicto XVI o Jimmy Carter. El antiesclavismo encontró su detonante en la derrota del Sur en la Guerra Civil americana; la abolición de la pena capital lleva camino más lento, pero el gozne también girará en EE UU. Washington acabará capitalizando un espacio sin última pena, como en la Unión Europea. China suspenderá después sus holocaustos domésticos y se habrá ganado la batalla del no matarás que no está en la agenda de ninguna izquierda, ninguna ONG y ninguna progresía. Matar por ley es un fleco atávico del Talión.