Portugal

El orinal y la gárgola

La Razón
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Pasaron muchos años desde que Mariano Medina pronosticaba el tiempo en Televisión Española apoyándose con redundante lentitud en las mediciones que le remitía el barco «K», a flote sobre la isobara crucial de la meteorología en la lejanía casi teológica del Atlántico, que entonces era un lugar enorme y proceloso en el que con los temporales incluso se iba a pique el agua y perdía su rumbo el mar. Mariano Medina era un señor muy serio y contenido, con rutinario aire de contable y un sutil toque de mayorista de tejidos. Hacía predicciones para un día y a veces se equivocaba sin que nadie se alarmase porque la gente corriente confiaba su orientación meteorológica a las predicciones que hacía la abuela según le doliese la artrosis. En las aldeas de Galicia los lugareños afinaban al observar el comportamiento excéntrico del ganado, el calcáreo ir y venir de las gallinas o el humo revocado por el viento en el tiro de la chimenea. Nadie necesitaba entonces la finura milimétrica de la ciencia para averiguar el tiempo que haría al día siguiente, ni siquiera para prevenir un cambio radical, súbito e inesperado en el equilibrio iónico de la atmósfera. De eso se encargaba el perro de la casa, que era un chucho instintivo y geodésico que ladraba con erudición prospectiva y raras veces fallaba en sus augurios. Yo de muchacho dudaba mucho de que existiese el barco K y creía que Mariano Medina no hacía predicciones por los libros, ni casando variables con un cartabón y un compás sobre un mapa sin letras, sino por la inquietud arisca y telúrica de un institucional perro del Estado que, por alguna extraña asociación entre la ciencia y la ideología, se parecía horrores a don Carlos Arias Navarro, que había sido en sus tiempos un señor con mucho olfato para predecir la sangre. Como ahora los perros ni siquiera distinguen entre un hueso y un corcho, y habida cuenta de que con la generalización de los analgésicos ya no hay señoras con artrosis meteorológica, los ciudadanos vuelven sus ojos a los meteorólogos de la televisión, que suelen ser una señoritas muy arregladas y muy vistosas, tan sumamente estilizadas, que al desplazarse hacia la izquierda ni siquiera tapa con el culo el mapa de Portugal, que es un país atlántico y delgado en el que a mi siempre me parece que está poblado por una gente tranquila y retrospectiva a la que lo que de verdad le preocupa es que la chica del tiempo acierte la mitad de las veces que pronostica el tiempo que hizo ayer. A veces tía Pepita iba a Portugal, compraba hilo y ganchillaba un suéter de entretiempo mientras en el gorjeo fénico de su aliento croaba a mediados de agosto la gárgola estupefacta y freática en la que se presagiaba noviembre. Tia Pepita era una comadrona muy poco científica que de paso que intuía el tiempo en el ganchillo, mejoraba la señal de la Cadena Ser acercando el orinal al receptor de radio.