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Sindicatos privados

La Razón
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El conflicto planteado por los empleados de AENA es uno más de los que vienen sacudiendo la vida española desde que se declaró la crisis. El penúltimo ejemplo fue el de los controladores aéreos, y antes la huelga general. Ninguna de ellas es una huelga de resistencia. El calendario de la huelga de AENA permite comprobar que el paro es un instrumento diseñado exclusivamente para hacer el mayor daño posible al público y a la economía española.

El problema de los sindicatos de empleados públicos afecta a las economías desarrolladas de todo el mundo. En Francia hay una larga tradición de huelgas para paralizar el país, pero también hay ejemplos en Grecia, en Inglaterra y en Estados Unidos. Aquí, en el Estado de Wisconsin, se ha declarado una auténtica guerra cuando el nuevo gobernador republicano decidió que la reducción de un déficit insostenible requería el fin de los privilegios de los empleados públicos… y de los propios sindicatos.

Las raíces del fenómeno son idénticas en todas partes. Los empresarios, cuando pueden negociar (es decir, cuando no están atados por la «negociación colectiva»), no ceden siempre. Los sindicatos lo saben y es posible llegar a acuerdos, como ha ocurrido en España en Nissan y en Seat. Los poderes públicos, en cambio, no negocian con dinero propio, han podido diferir los costes y han dado prioridad a la apariencia de acuerdo. No es de extrañar que los sindicatos hayan aprovechado esta disposición. Si además los sindicatos mantienen relaciones privilegiadas con un partido, como ocurre en Estados Unidos con los demócratas y en España con el PSOE, la situación está servida para un enfrentamiento como el de Wisconsin o el que puede contribuir a arruinar el sector turístico español.

Los sindicatos están jugando con fuego, pero no es de descartar, al contrario, que un cambio político en España lleve a un enfrentamiento aún mayor. Una forma de intentar evitarlo será plantear los cambios no tanto como un recorte sino como una reforma para el incremento de la productividad: es posible que tanto como gastar menos, convenga gastar mejor, recortar los sectores no imprescindibles o duplicados (que en España son considerables) y ofrecer mejoras salariales a todos los que estén dispuestos a trabajar más, o de otro modo. En parte, esto ayudará a despejar esa estructura inamovible en la que se ha convertido la función pública, lo que acabará reduciendo el poder de esos mismos sindicatos.

También debería estar en cuestión la relación privilegiada y opaca del poder público con los sindicatos y, como ya se está discutiendo en otros países, la legalidad de huelgas como la de AENA, sin necesidad de recurrir a la militarización de los servicios. Lo que se ha acabado, en cualquier caso, es el tiempo en el que se podían seguir haciendo concesiones y aplazar los costes para el futuro. Entre otras cosas, AENA está en situación difícil por los gastos delirantes de estos siete años de socialismo. Lo que convendría privatizar, en realidad, son los propios sindicatos.