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Tampa

Cabeza de Vaca: un español en Hollywood

Cabeza de Vaca: un español en Hollywood
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El día de Viernes Santo de 1528 un ejército de 400 españoles, africanos e indígenas del Caribe desembarcaron en las proximidades de la bahía de Tampa, Florida, al mando de un conquistador de edad madura con una última oportunidad para conquistar Norteamérica. Desaparecerían rápidamente sin dejar rastro en las ciénagas y, salvo el pequeño contingente que permaneció a bordo de los barcos, pronto se les dio por muertos. Sin embargo, ocho años y miles de kilómetros después, tres españoles y un marroquí recorrieron lo que son hoy los Estados Unidos hasta llegar a lo que era entonces el México empapado de oro de Cortés. Lo único que sacaron de su viaje al norte «desconocido» fue su historia, pues, como diría más tarde uno de ellos, esto sólo es lo que «un hombre que salió desnudo pudo sacar consigo». Pero qué historia. Asesinos y caníbales Desde que dejaron la bahía de Tampa, ellos y su menguante grupo de camaradas se convertirían en asesinos y caníbales, torturadores y víctimas de torturas, esclavizadores y esclavizados. Se convertirían en curadores por la fe, traficantes de armas, ladrones de canoas, comedores de arañas y, por último, cuando sólo quedaban cuatro de ellos que cruzaban trabajosamente el desierto de la parte norte de Texas, se convertirían en mesías itinerantes. Se convirtieron, en otras palabras, en lo que necesitaron convertirse para seguir vivos el tiempo suficiente para abrirse camino centímetro a centímetro a través del continente hacia México, el único lugar en que estaban seguros de que encontrarían un puesto destacado del imperio español. La expedición de Pánfilo de Narváez a Florida, aunque bien conocida por los investigadores de la invasión europea del Nuevo Mundo, es sorprendentemente poco familiar para la mayoría de los norteamericanos. Eso se debe en parte, sin duda, a la relativa escasez de referencias de testigos fidedignos, lo que no es nada insólito, si tenemos en cuenta el pequeño número de supervivientes y la ausencia además de una tradición oral que aportase el punto de vista de los naturales del país. Sólo hay dos narraciones de primera mano de la misión (...). La mejor conocida es el asombroso testimonio personal del tesorero de la expedición, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, cuyo primer objetivo al escribir era convencer al soberano de que merecía ser recompensado por sus sufrimientos y servicios a la Corona. El otro es un informe oficial más breve que prepararon conjuntamente los supervivientes no mucho después de su regreso (...). La historia de la expedición de Narváez merece sobradamente el esfuerzo, y no sólo porque la prueba que tuvieron que afrontar los cuatro que sobrevivieron constituye una de las epopeyas de supervivencia más grandes de todos los tiempos. Ni porque pueda afirmarse que fueron los primeros del «Viejo Mundo» que cruzaron el continente norteamericano (...). Más allá del drama diario de su jornada, lo que los supervivientes vieron y dijeron aporta seductores atisbos de la Norteamérica nativa en los momentos previos a las oleadas de enfermedades y trastornos que empezaron a cambiar para siempre la composición humana del continente (...). Huracanes y desiertos Era un mundo que no estaba poblado ni por «nobles salvajes» ni por «indios malos». Los supervivientes, cuando realizaron su viaje desde Florida hasta el Pacífico, y luego en dirección sur, se encontraron con una vertiginosa variedad de gentes, unas tan crueles como para arrancarles las barbas a los hombres por diversión, otras tan buenas como para transportar aquellos moribundos desconocidos hasta hogueras en las que pudiesen calentarse. Algunas de estas gentes parecían prósperas, vestían pieles finas y atuendos extravagantes de plumas, otras eran desesperadamente pobres, con los vientres hinchados por el hambre. Y no fue sólo a los habitantes del Nuevo Mundo a los que tuvieron que enfrentarse los audaces recién llegados; había huracanes y rayos, ríos impetuosos, desiertos alucinantes y víboras venenosas. Esa Norteamérica anterior al contacto (tierra, agua, meteorología y gente) es la verdadera protagonista de la historia, y las vidas y los sueños de los cuatrocientos presuntos conquistadores acabarán dislocados y desbaratados al enfrentarse con ella, y, salvo en muy contados casos, extinguidos. Para los expedicionarios que partieron de España en 1527, Norteamérica empezó como un lugar imaginado en el que encontrarían fabulosos imperios de oro: quizás las siete ciudades perdidas fundadas supuestamente por obispos portugueses que habían huido de los invasores musulmanes al principio de la Edad Media, las tierras fabulosas de las aguerridas amazonas, o incluso la isla imaginaria de California.