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Cuando las suecas invadieron España

El libro de Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada narran en clave de humor la transformación económica y social de España con la llegada del turismo en los años 60

Cuando las suecas invadieron España
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Puede parecer curioso, pero hubo un tiempo en que España fue la Reserva Espiritual de Occidente. Un libro, «La invasión de las suecas» (Ariel), de Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada, narra en clave esperpéntica aquellos años seminales: de 1959 a 1962, en los que el Plan de Estabilización y el Desarrollo económico propició un cambio social, económico y cultural tan profundo que culminaría, a la muerte de Franco, con la Transición democrática.Esta crónica da pie a los autores para componer un relato al estilo de la memoria histórica, que pone especial énfasis en las contradicciones del franquismo: el cambio económico que Franco encargó a un poderoso grupo de tecnócratas, que dieron la vuelta al calcetín a la desastrosa política del Movimiento, en pleno colapso económico, e iniciaron la irreversible modernización de España. Una apertura al mundo y ansia de modernización de la sociedad española que no resulta tan contradictoria como parece si tenemos en cuenta que fue protagonizada por el mismo Caudillo, en su estrategia de mantener controlado el Movimiento y su democracia orgánica, mientras ponía las bases para su lenta pero inexorable disolució.El turista 10 millonesSi aceptó a regañadientes los aires libertinos extrajerizantes del turismo, ese gran invento, y el cambio de la moral estricta por la liberalización de costumbres, lo hizo para aumentar el bienestar de los españoles e ir creando una nutrida clase media, a sabiendas de que, en el concierto internacional, tenía que atarlo bien atado para la sucesión del príncipe Juan Carlos a su muerte. Que no fue otra que la aceptación voluntaria del harakiri de las Cortes franquistas para dar paso a la Transición pacífica a la democrática, para «ir de la ley a la ley a través de la ley», como expresó acertadamente Torcuato Fernández MirandaMientras tanto, la sociedad española comenzaba a sufrir tal número de convulsiones y cambios socioculturales que afectaron a su vida cotidiana, poder adquisitivo y forma de pensar. En cifras, el turismo pasó de cuatro millones a ese famoso turista diez millones de 1962. Con él aparecen los extranjeros en bermudas y las famosas suecas en bikini, aunque fueran francesas de París de la France.Los primeros en dar el cante fueron los universitarios en las tunas, famosos calaveras que rondaban por las playas dispuestos a ligar sin tregua. Con la suecas, mitificadas en el cine erótico del «landismo», llegaron las costumbres licenciosas, las boites donde se bailaba apretado y el final de los guateque juveniles, actualizados con las modernas discotecas: los «Whisky a Gogo» parisienses, que los «pied noirs», emigrados de Argelia y afincados en Alicante, montaron a lo largo de la costa mediterránea. En las discotecas playeras comenzó a oírse música «soul» para bailar suelto en la pista, con focos de colores intermitentes, y «agarrao» cuando se apagaban las luces y la bola de espejos llenaba a las pareja de brillos de estrellas. «El cielo en una estancia» de Mina, «Only You» de los Platters y «Perdóname» del Dúo Dinámico fueron las primeras canciones del verano. Y nació BenidormPero fueron Aznavour y Sylvie Vartan quienes lograron la más íntima confraternización hispano-francesa. Amores turbulentos de verano, que finalizaban abruptamente con llanto, adioses y las lluvias de septiembre sobre las playas solitarias de Mallorca, Salou, Ibiza, Cullera y Gandía, donde el pobre Christophe gritaba ¡Aliiiiine!, para que volviera.De repente, se construyó una ciudad veraniega totalmente nueva: Benidorm, y su famoso festival de la canción, donde los guiris se llevaban de suvenir «sol de España» embotellado. Por vez primera, algunos podían comprarse un Seat 600 y hasta un biscúter descapotable para ir a la playa con su meyba, toallita y mocasines a ligar bronce y francesas. Sonaba en los tocatas las canciones melancólicas de Françoise Hardy. Johnny Hallyday competía con roqueros yeyés como Bruno Lomas, que en realidad se llamaba Emilio Baldoví, y por entonces también se universalizó la paella con sangría, en aquellos chiringuitos a la orilla del mar. Y así fue como España no volvió a ser la misma.

Manolo en la Costa del SolTodo aquel que no conociera el fenómeno en vivo tiene más de una referencia a través del cine de aquella época que acabó por bautizarse como el «Landismo». Y es que Alfredo Landa protagonizó la mayor parte de cintas en las que un macho ibérico de pelo en pecho se veía desbordado por la actitud desprejuiciada de las turistas del norte. Cintas como «Manolo la nuit» (Mariano Ozores, 1973) retrataban el ataque sin tregua del Manolo de turno a las suecas en las playas de la Costa del Sol, mientras su mujer esperaba en el aburrido agosto de Madrid. «No desearás al vecino del quinto», «El apartamento de la tentación» y «Aunque la hormona se vista de seda» son otros ejemplos de aquel fenómeno.