Sevilla

De gloria y casta

De gloria y casta
De gloria y castalarazon

De siempre hubo quince pases que separaron la miseria de la gloria, la vulgaridad de lo histórico. La nada a un paso de la bendición. La rendición. Talavante ayer saboreó con regusto los quince pases mágicos del tercero, que fue carretón de toro por momentos, y sin molestar. No hacía falta más para argumentar que el toreo es grandeza cuando se cruza por medio la intensidad. Entrega, verdad, hondura, valores tan absolutos como relativos que se definen perfecto cuando toro y torero se fusionan con plasticidad. Explosión. Belleza. Fuego encendido de la Fiesta. Espadazo hasta la bola y la Puerta del Príncipe a medio abrir. Así quedó. Talavante levita en busca del tiempo perdido.El Juli, que tiene ambición en las venas, no cedió al extremeño protagonismo. Ni lecciones ni cuentos chinos. En la actitud del torero en el cuarto cabe todo un manual de la tauromaquia. Acobardó al toro, asustó al miedo, reinventó los cánones, a pesar de que la banda quisiera silenciar lo que era pura música del toreo. Tragó un universo entero, pero cuando quiso encontrarle la muerte el toro estaba ya en aguas revueltas. La dignidad con la que ejerce el madrileño el oficio va más allá de los premios. Julián no se tapa, se destapa. Envuelve, arrastra la muleta por el albero como pocos y entiende al toro como sólo los elegidos. Echó El Ventorrillo en Sevilla una corrida interesante. Si el tercero se dejó hacer a placer, tirando a mansito, el quinto fue un toro de bandera, de los que no se olvidan con el paso del tiempo. Era un canto a la alegría de ser bravo. El Cid no acabó de comprometerse y en los medios caminos, de las medias verdades, sólo queda turbiedad.