Sevilla

Toreo de armonías superiores

Toreo de armonías superiores
Toreo de armonías superioreslarazon

Esta vez acertó la banda de Tejera al callar ante una faena magistral. Los naturales de Morante al tercero fueron en sí mismos el son, la cadencia y el ritmo. José Bergamín hubiera vuelto a decir hoy: «Música para los ojos del alma y para el oído del corazón; que es el tercer oído del que nos habló Nietzsche: el que escuchan las armonías superiores».El «juanpedro» no valía en verdad tres pesetas. Embestía al paso. Por eso el toreo caro, quintaesenciado, llegó al final de la faena, como un milagro. Se echó Morante la muleta a la mano izquierda. Adentro de las rayas del tendido cuatro. Tiró la muleta al hocico del animal y lo llevó toreado hasta detrás de la cadera. Atornillados los pies en el albero. Tragando. Olvidado por completo del cuerpo, que toreaba entero, desmayado. Un volcán de lavas negras. Fueron tres tandas mágicas. La mejor de todas la última. Los pies juntos, dando medio pecho, homenajeando al mejor Manolo Vázquez, a Antoñete.La muleta se deslizó –o se deshizo– por el albero a cámara lenta. Dio un tiempo y enjaretó el siguiente muletazo, como si tirara con un hilillo de un mar entero, «tal en una obra de Mozart la mínima llamada final de un clarinete o de una trompa arrastra de nuevo y tras de sí al vasto río de oro del tema central, sorprendentemente», hubiera vuelto a decir otra vez, seguro estoy, Fernando Quiñones. El público aclamaba de pie. Los oles salían de la boca del estómago. En los tendidos los muletazos se acompañaron también con todo el cuerpo, de puro contagio. Álvaro Núñez del Cuvillo saltó de su asiento como si el cemento le hubiera electrocutado. Miró primero Morante al Palco Presidencial y poco después, mientras acariciaba la embestida, muy despacio, sonó un aviso. Se tiró el de La Puebla con fe, pero la espada se dobló en el morrillo del toro. A la plaza entera le dolió el hierro del estoque. Hubo petición de oreja. Cuando rodó el animal de un descabello, el diestro Dávila Miura, en la barrera donde Morante hizo la faena, movía un pañuelo y se persignaba, probablemente agradeciendo haber visto ese ramillete de naturales tan cerca. La faena ya está registrada entre las históricas de esta plaza: Feria del 2009, Morante con uno de Juan Pedro. Salió el de La Puebla a recoger la ovación y le obligaron a dar una vuelta al ruedo. La plaza embriagada. Cuando pasaba otra vez por el terreno de la faena, salió de un burladero Fernando Arrabal y se fundió en un abrazo con el de La Puebla. El escritor también hacía gestos con las manos, con el cuerpo, uno más entre la locura...Tan buenos fueron los naturales que eclipsaron el sensacional saludo a la verónica, mecido con ángel, el cuerpo laxo, ganando terreno hasta salir más allá del tercio. Fue una pieza sinfónica bien atada por los extremos: en el capote y en el final de faena. Nada se escapa de la memoria. La espada... ¡qué más da la espada! Como no hizo falta la música, tampoco hicieron falta las orejas, que dos hubieran caído en sus manos. Fue mejor el romero. Era martes y la corrida número trece del abono. Un día de supersticiones. Azabache en el vestido de Morante y colores negros en los vuelos de su muleta y de su capote. Caliente piña en sus muñecas, corriendo por las palmas de las manos. De los nueve toros que le han salido por toriles ninguno ha sido bueno. Si le sale el toro...