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Rusia

Fuerte poder blando

The Pobeda (Victory) Organizing Committee in Moscow
El presidente ruso Vladimir Putin tras conocer la decisión que aparta a Rusia de los JJ OOPAVEL GOLOVKIN / POOLEFE

El poder blando (soft power) es un concepto acuñado por el teórico internacionalista Joseph Nye para explicar la capacidad de influencia que podía generar una potencia con instrumentos culturales y comunicativos que reforzaran su imagen, valores e instituciones y los hicieran atractivos para inversores y países y asimilables por sociedades diversas. Por el entorno internacional. Se contrapone al hard power, es decir, a las capacidades militares y la voluntad política de ponerlas sobre la mesa o utilizarlas llegado el caso y ambos se complementan en una supuesta estrategia denominada smart power que consiste en combinar los dos, de manera equilibrada. Dicen que esto del smart, lo inventó Hillary Clinton. Pero el que se diría que lo ha aplicado de manera recurrente en la última década ha sido Vladimir Putin, entrando en Crimea y utilizando la fuerza militar en Ucrania oriental al mismo tiempo que organizaba los Juegos Olímpicos de Sochi y el mundial de fútbol de 2018. El balance del Putin Power es que ha conseguido sentar, finalmente, en la mesa europea de negociación, a rusos y ucranianos para que el Gobierno de Kiev reconozca de facto la presencia – influencia de Moscú en su país. Y la misma estrategia ha terminado por descalificar a los deportistas rusos, al sistema político - deportivo ruso mejor dicho, de todas la competiciones internacionales relevantes en los próximos cuatro años, por los excesos cometidos con el dopaje ilegal en su intención de obtener éxitos deportivos a cualquier precio y así trasladar al mundo una imagen saludable y victoriosa de Rusia.

El soft power no es un invento norteamericano porque la capacidad de atracción de las grandes ciudades – estado desde la época clásica de Atenas y Roma, hasta la de las potencias contemporáneas cuando ingleses, franceses y alemanes creaban los institutos y academias para proyectar su cultura, son ejemplos del cuidado de la imagen exterior y de la voluntad política de ponerla al servicio de los intereses oficiales. Pero los norteamericanos han sabido utilizar en nuestra época, de manera poderosa, la maquinaria mediática del cine, la televisión y ahora de los medios sociales. Estados Unidos está contando y recontando su historia y su visión política en las series y en las grandes producciones audiovisuales de los últimos años. Y a través de ellas, fortaleciendo la imagen de su democracia y explicando a los nuevos públicos, jóvenes y globales, los valores sobre los que se ha construido el mito de aquella nación. Utilizando en ocasiones guiones y películas milimétricamente reelaboradas por las nuevas tecnologías y en otras adaptando las historias a los nuevos tiempos y públicos. El irlandés de Martin Scorsese es una tercera fórmula reservada al genio cinematográfico americano para ser capaces de contar lo mismo, - la mafia, su influencia en la política, la inmoralidad de la violencia, la corrupción,- con los mismos referentes y actores que encandilaron a la generación anterior, - Robert de Niro, Al Pacino, Joe Pesci - pero con una historia original y renovada, la del asesino a sueldo Frank Sheeran y la del dirigente sindical Jimmy Hoffa, vinculado a las tramas de Nixon, panacea de lo políticamente deleznable, a Kennedy y a la guerra fría.

Estados Unidos lava su cara y su imagen tras largos años de guerras, crisis económica y fracasos del poder duro, sirviéndose de su inmenso poder blando, mientras se prepara para actuar en un escenario conocido, el mundo globalizado, pero adaptado a los nuevos tiempos del 5G, la geopolítica y el ciberespacio. Los rusos compiten en una lucha donde de momento tienen las de perder: el campeonato del poder blando. Y China, celebrando con igual determinación los Juegos Olímpicos y el aniversario de los 70 años de comunismo, aún no parece ser consciente de la inevitable necesidad de generar atractivo si quiere convertirse en una super potencia global