
Australia
Australia, código rojo por la devastadora ola de incendios forestales
Cinco millones de hectáreas calcinadas –un área similar a Bélgica– y once muertos desde septiembre en los devastadores incendios. El «premier», Scott Morrison, que estaba de vacaciones en Hawái, es el blanco de todas las críticas por la inacción ante la catástrofe natural

Lo primero que Steve Harrison notó fue la intensa nube de humo, mucho más densa que hacía 24 horas, cuando su mujer optó por evacuar la zona y él tomó la decisión de quedarse para proteger su hogar. Después llegaron las partículas de madera incandescente sacudidas por el impetuoso viento. Habían pasado pocos minutos desde que este artista de cerámica residente en la localidad de Balmoral, a 120 kilómetros al suroeste de Sydney, se diera cuenta de que ya era demasiado tarde para escapar del incendio de Green Wattle Creek, que aún está fuera de control y abarca alrededor de 205.000 hectáreas.
Cuando las lenguas de las llamas, agitadas de forma anárquica, ya relamían su propiedad, Harrison decidió gatear hacia una rudimentaria estructura que él mismo había creado como último refugio. La construyó con los restos de un hornillo y con fibras cerámicas a prueba de fuego. En su interior, tan solo había espacio para una persona, una manta ingnífuga, un pequeño extintor, un cubo y una botella llenos de agua para protegerse y estar hidratado. Mientras accedía, Harrison pensó que estaba entrando en su propia tumba.
Treinta minutos dan para mucho. Durante ese intervalo, Harrison pensó que se asaría de calor, que su refugio no funcionaría y que moriría calcinado. Creyó que había tomado la decisión más estúpida de su vida al optar por permanecer en su hogar. Afortunadamente, esos momentos de angustia llegaron a su fin y su gesta sirvió para mantener su casa en pie.
Aquellas 24 horas cubriendo su vivienda con papel de aluminio, creando cortafuegos y haciendo todo lo posible por minimizar los daños de unas llamas inminentes, surtieron efecto. Muchos de sus vecinos, en cambio, no corrieron la misma suerte. Alrededor de 20 viviendas fueron engullidas por el fuego, es decir, más del 10% de Balmoral, que cuenta con 500 habitantes.
Russell Scholes también es residente de esta pequeña localidad. Es un bombero voluntario que mientras protegía los hogares de sus amigos y familiares notó una palmadita en el hombro seguido de un «lo siento». Fue el momento en que un compañero señaló hacia su casa envuelta en llamas. Scholes estaba tan inmerso en proteger otras propiedades que se olvidó de la suya. Lo perdió todo en lo que a efectos materiales se refiere. Porque en la relatividad del daño hay un drama irreparable: la muerte. Andrew O’Dwyer y Geoffrey Keaton, de 36 y 32 años, respectivamente, son dos de las 11 víctimas que han perecido hasta el momento. Ambos son padres de recién nacidos y se han convertido en el símbolo de un país tocado emocionalmente y avergonzado por la manera en la que su primer ministro, Scott Morrison, está lidiando con una de las situaciones de emergencia más severas de la historia reciente de Australia.
El mensaje del mandatario australiano, líder del Partido Liberal y garante de ideales conservadores, caló en una sociedad australiana dividida, que en mayo de este año tuvo que votar entre lo malo y lo peor. Optaron por lo primero y Morrison abanderó un discurso similar a los pronunciados por homólogos como Donald Trump en EE UU o Narendra Modi en India. Su «Australia primero» quedó patente cuando llegó al poder y, por si quedaba alguna duda, fue refrendado en un discurso de Navidad que no ha servido para maquillar su minada popularidad por su gestión de la crisis.

«Sabemos que estas Navidades serán muy difíciles para los padres de Andrew y Geoffrey, las primeras sin estos hombres extraordinarios. Ellos nos recuerdan el por qué este país es tan maravilloso. Son la prueba de cuán agradecidos debemos estar», esgrimió en un vídeo publicado en las redes sociales. Usar a los dos voluntarios fallecidos para ensalzar a Australia como nación ha sido tomado como una falta de respeto.
La verbosidad de Morrison con respecto a la plaga de incendios se hizo esperar y comenzó hace pocas semanas, cuando afirmó que no era necesario pagar a los voluntarios que están luchando contra las llamas, ya que «están desempeñando una labor nacida de su pasión». Dar por hecho que enfrentarse a fuegos impredecibles y mortales es una especie de «hobby» tocó la moral de gran parte de la sociedad. Sobre todo porque existe una gran necesidad de revisar la partida económica destinada a este gremio, ya que en Australia hay más voluntarios que bomberos profesionales.
En lugar de depender de un cuerpo profesionalizado suficientemente numeroso como para cubrir las zonas rurales, es necesaria la presencia de personas que deben dejar sus trabajos habituales durante meses –y renunciar a su sueldo– para combatir las llamas. Además, no se les abonan los gastos de gasolina y de algunos materiales que necesitan para llevar a cabo una labor de riesgo absoluto. El retorno es mínimo ante tal exposición.
Pero «Australia es maravillosa», tal y como se desprende del mensaje navideño de Morrison, porque «a pesar de los retos, los australianos han sabido levantarse, han mostrado un espíritu tremendo y han respondido». El primer ministro se refiere a gente como Harrison, obligado a defender su hogar o a los voluntarios que cuentan con muchos medios, pero poca ayuda. Aunque también dice mucho sobre sí mismo, sobre cómo sus palabras se pierden entre la ceniza y los escombros por culpa de unas acciones –como el irse a Hawái de vacaciones en plena crisis– que muestran su desconexión con la realidad, que reflejan una brecha cada vez más profunda entre la clase política y los ciudadanos que están a pie de las llamas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar