Internacional
Hiroshima inventó la «megamuerte»
El 6 de agosto de 1945, hace hoy 75 años, se lanzó la primera bomba atómica sobre una ciudad. Se inventó la «megadeath»: matar a miles de civiles indefensos para evitar muertes futuras
«6 de agosto de 1945. La hora era temprana; la mañana tibia, apacible hermosa... De pronto, un resplandor intenso me devolvió a la realidad; luego, otro... Las sombras del jardín se desvanecieron. El panorama, poco antes luminoso y soleado, era ahora oscuro, brumoso... Estaba desnudo...». Son las primera líneas de «Diario de Hiroshima», de Michihiko Hachiya, un médico superviviente de la bomba atómica. Arriba, en el cielo, en el bombardero Boeing B-29 Superfortess de las Fuerzas Aéreas del Ejercito de EEUU, se dice: «Vi el resplandor. Y lo saboreé. Sí, se podía saborear. Sabía a plomo. Era como el empaste de mis dientes». Así está registrado en unas grabaciones –30 horas– que se daban por perdidas y que aparecieron hace dos años. Junto al Enola Gay, voló un avión de reconocimiento climático que apoyó el lanzamiento de la bomba, pilotado por el oficial Claude Eartherly. Pocos como él han sufrido el peso de la culpa. Estuvo internado años en hospitales militares, se dedicó a vender máquinas de coser, acabó con su matrimonio, intentó quitarse la vida en un hotel de Nueva Orleans, más tarde lo hizo en Waco y, mientras algún compañero de misión del Enola Gay, como el encargado del radar, vivía feliz porque solo habían lanzado una «bomba algo más grande» (otro fue director de una fábrica de chocolate), él se retorcía y cometía pequeños delitos (atracos sin llevarse nada, talones sin fondo… ) para ser detenido y confesar públicamente ante algún juez cuál era su culpa. Su testimonio ha quedado recogido en la correspondencia que mantuvo con el filósofo Günther Anders. Se negó a que Hollywood hiciera una película sobre él. El comandante de la misión, Paul Tibbets, fallecido en 2007 a los 92 años, no tuvo remordimientos y se limitó a la versión oficial de acortar la guerra y ahorrar muertos, aunque en dos días se liquidaron 166.000 en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki. «La bomba hizo lo que tenía que hacer», dijo, frío. Se había inventado la «megadeath». Sólo hubo un suicidio: en agosto de 1985 se ahorcó en su casa de Los Ángeles el navegante Paul Bregman cuando tenía 60 años. Una masacre preventiva pero inhumana. Un holocausto.
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