Estados Unidos

Los ataques de Michelle Obama y Sanders a Trump salvan el primer día de la Convención Demócrata

La Convención Nacional Demócrata que tiene que oficializar la candidatura del ex vicepresidente Joe Biden empezó este lunes con un formato virtual por la pandemia

Fue una noche complicada. Los demócratas abrieron su convención con una miríada de mítines en diferido, textos leídos en pantallas, gente común junto a estrellas como Michelle Obama y Bernie Sanders y leves problemas de conexión. Al otro lado, un presidente desatado comentaba y retuiteaba comentarios sobre la convención a un ritmo infinitamente superior al de cualquier columnista de prensa.

Fotograma del senador Bernie Sanders durante su intervención en la Convención Nacional Demócrata
Fotograma del senador Bernie Sanders durante su intervención en la Convención Nacional DemócrataDEMOCRATIC NATIONAL CONVENTION HEFE

Donald Trump fue objeto de toda clase de ataques durante las tres horas, especialmente durante el turno de la ex primera dama y en los discursos de varios profesionales de salud y familiares de víctimas de la covid-19. El líder republicano respondió con furia. Negó que la suya sea una figura polémica. «La gente olvida lo dividido que estaba nuestro país con Obama-Biden» en la Casa Blanca, dijo. «La ira y el odio fueron increíbles. No deberían sermonearnos. ¡Estoy aquí, como su presidente, por culpa de ellos!».

Resultó singular que en un primer acto excesivamente volcado a lo emocional, a lo sentimental, al perfil íntimo y las alabanzas de la integridad del aliado y la perfidia del enemigo, el más eficaz de todos los oradores fuera nada menos que Sanders. Alguien a priori volcado a todos o casi todos los vicios del populismo. Pero que estuvo devastador en un discurso donde se agradece que subrayara las profundas diferencias que mantiene con Joe Biden en asuntos cruciales.

Sanders dejó claro que, en su opinión, hay cuestiones de fondo, corrientes esenciales, que convierten en anecdótica cualquier discrepancia. «Este presidente no es solo una amenaza para nuestra democracia», dijo, «sino que al rechazar la ciencia ha puesto en peligro nuestra vida y nuestra salud. Trump ha atacado a médicos y científicos que intentan protegernos de la pandemia, mientras se niega a tomar medidas enérgicas para fabricar las mascarillas, batas y guantes que nuestros trabajadores de la salud necesitan desesperadamente. Nerón tocaba el violín mientras Roma ardía. Trump juega golf». «Sus acciones avivaron esta pandemia que ha provocado más de 170.000 muertes y con una nación que todavía no está preparada para proteger a su gente», martilleó.

Sanders estuvo convincente porque a diferencia de Biden su punto fuerte siempre fue el despliegue programático, antes que cualidades como la simpatía. Que fuera capaz de aparcar su, por otro lado evidente, tendencia a sumergirse en los razonamientos binarios y los mensajes levemente mesiánicos ayudó a consolidar la robustez de sus palabras.

Por supuesto la política es mucho más compleja que los planteamientos de la izquierda «woke». Trump, por ejemplo, rompía esquemas durante la mañana de ayer, cuando anunció que firmaría el perdón póstumo para la legendaria líder sufragista Susan B. Anthony, detenida en 1872 por votar de forma ilegal.

Más esperable parecía que nadie celebrase la inminencia de la apertura del Ártico a las explotaciones petrolíferas. Fiel a sus promesas, la Casa Blanca quiere que el Arctic National Wildlife Refuge, 78.000 kilómetros cuadrados de naturaleza inmaculada, santuario del oso polar, el oso grizzly y el oso negro, del lince boreal, el lobo, el glotón, el caribú, el águila cabeciblanca, el alce y el búho nival, y un territorio clave para consolidar la lucha contra el cambio climático, queden abiertos a los intereses y operaciones de los cazadores de hidrocarburos, metales preciosos y etc. Nada que no planeen Rusia y China, claro está, aunque es de suponer que nadie tiene a esos países por modelos de protección del clima.

Como cualquiera podía suponer, el otro gran saco de golpes de Trump fue el gobernador de Nueva York, el demócrata Andrew Cuomo. Hasta el punto que lo acusó de haber gestionado pésimamente la pandemia y lo responsabilizó de las muertes causadas por el nuevo coronavirus, tanto en su Estado como, casi, en el resto de Estados Unidos.

Un planteamiento radical, pero sobre todo de difícil encaje viniendo de quien a su vez estaba al cargo del Gobierno federal y, por ende, de la coordinación de la respuesta a nivel nacional. Si Cuomo, con toda la devastación sufrida en Nueva York, resulta culpable, no será fácil argumentar la inocencia de la Casa Blanca.

Ahí, desde luego, percutió inclemente Michelle Obama. El suyo fue, de largo, el discurso más esperado. Y no decepcionó. Estuvo convincente en sus llamamientos a la unidad y urgente en su empeño porque todo el mundo acuda a votar. Fue de las pocas capaces de apelar a las vetas emocionales del respetable sin dejar de resultar contundente y lúcida. Normal que muchos de los que dudan de la madera de Biden como líder todavía añoren la candidatura que nunca fue, la de una Obama con su marido en calidad de elegante consorte de vuelta en la Casa Blanca.