Sucesos
Richard Huckle era considerado el mayor pedófilo británico. Fue condenado a 22 cadenas perpetuas por abusar de más de 200 niños en Malasia, donde trabajó en varios orfanatos como voluntario para poder estar cerca de los niños y abusar de ellos. Este depredador llegó a escribir que “los niños pobres son más fáciles de seducir que los niños de clase media”.
Además, llegó a publicar los vídeos de sus abusos con otros pederastas en una “red oscura”. Los investigadores llegaron a encontrar hasta un total de 20.000 imágenes de los crímenes en su ordenador. Huckle creó también un manual titulado “Los pedófilos y la pobreza” sumado a otro libro en el que otorgaba puntos según el tipo de abuso.
El británico fue condenado en 2016 a un mínimo de 23 años de prisión antes de la libertad condicional tras admitir 71 delitos “sin precedentes” y “excepcionales”. El destino para cumplir su condena fue la prisión de máxima seguridad de North Yorkhire, al norte de Inglaterra.
Pero allí le esperaba una especia de ley del talión. Paul Fitzgerald, de 30 años, al conocer las atrocidades que Huckle cometió quiso pagarle con la misma moneda. Quería que sintiera lo mismo que sus víctimas, así que planificó su asesinato con detalle, como definiría él mismo, por “justicia poética”.
Para ello reunió los elementos necesarios. Preparó “una cuchilla de fabricación casera” y modificó un cepillo de dientes. Así, Fitzgerald estranguló a Huckle con una funda de cable eléctrico, insertó un bolígrafo en su cerebro y un objeto contundente en el ano. Después confesaría a los forenses que lo interrogaron que había agredido sexualmente a Huckle, aunque no lo encontraba sexualmente atractivo. Su abogado recalcó que su cliente “sentía que era justicia poética y quería que Richard Huckle sintiera lo que todos esos niños habían sentido”.
El juicio contra Fitzgerald comenzó la semana pasada y los forenses explicaron que el ataque de octubre de 2019 estaba diseñado para “humillar y degradar” a Huckle, a quien Fitzgerald describió como “el peor pedófilo de Gran Bretaña”. El fiscal dijo que la víctima era un “pedófilo depredador” muy mediático y que había sido extraditado y juzgado en el Reino Unido por una gran cantidad de agresiones sexuales a menores.
El tribunal escuchó cómo Fitzgerald llevó varios objetos a la celda de Huckle, incluidas armas fabricadas por el acusado, como un cepillo de dientes derretido y con un tornillo insertado, y elementos utilizados para poder atar las manos y los pies de la víctima.
El fiscal relató que “fue un ataque cuidadosamente planeado y ejecutado, en el curso del cual el Sr. Huckle había sido sometido a un ataque prolongado también diseñado para humillarlo y degradarlo”. Dijo que Fitzgerald le dijo al personal después del ataque en la prisión de East Yorkshire que “lo disfrutó” y que habría matado a otros reclusos, pero que se estaba “divirtiendo demasiado”.
También dijo que había “asesinado al Sr. Huckle a sangre fría” y que le gustaría haber cocinado partes de su cuerpo.
Por su parte, Fitzgerald negó el asesinato y alegó que estaba mentalmente trastornado, ya que padecía trastorno de personalidad, psicopatía y trastorno de identidad de género, lo que había afectado su capacidad para ejercer el autocontrol.
A lo largo de los cuatro días del juicio, el tribunal escuchó cómo el acusado declaró que tenía “constantes cavilaciones” en su mente sobre la tortura, la violación y el asesinato, y que según su forma de verlo “mi problema es que no tengo la capacidad de controlarme”.
Con toda esta información, el jurado no tardó más de una hora en declarar culpable por unanimidad al acusado.