Opinión

El absolutismo republicano

El dilema no es entre república y monarquía, sino entre tiranía y democracia

El rey Harald de Noruega y la reina Sonja visitan la sala de control de gestión de crisis en Gjerdrum, Noruega
El rey Harald de Noruega y la reina Sonja visitan la sala de control de gestión de crisis en Gjerdrum, NoruegaLISE ASERUD / POOLAgencia EFE

Desde la Carta Magna en 1215 y la Declaración de Derechos en 1699 en Inglaterra, hasta la constitución española de 1978, se ha librado en Occidente una batalla entre el absolutismo y el liberalismo que ha dado como resultado monarquías parlamentarias democráticas, con límites efectivos al poder y con libertades ciudadanas. En la actualidad, la mayoría de las monarquías no gobiernan y tan solo ostentan la jefatura del Estado, lo que en la práctica representa un esquema de separación de poderes mucho más efectivo que los de casi todas las repúblicas.

Por tanto, es falso que una república sea per se más democrática que una monarquia. De hecho suele ocurrir todo lo contrario. Según el famoso índice de democracia de “The Economist”, nueve de los veinte países con mejor desempeño democrático actual son monarquias, incluyendo los que ostentan el primer y tercer lugar de la tabla, Noruega y Suecia, respectivamente. Mientras que al final de la tabla los peores valorados son supuestas repúblicas como Nicaragua, Venezuela, Cuba, Rusia, China, Turquía, Irán y Bielorrusia, por ejemplo. Estos son países con presos políticos, sin libertad de expresión, sin debido proceso, sin separación de poderes y sin libertades individuales garantizadas, donde los derechos humanos brillan por su ausencia y se cometen crímenes políticos a plena luz del día.

En Occidente las monarquías se autolimitaron, diluyendo su poder en constituciones y parlamentos bajo un sistema pluralista, en el que se garantiza el respeto a los derechos individuales y humanos. Por su parte, muchas repúblicas han experimentado el proceso contrario, pasando de ser Estados liberales a regímenes totalitarios, manteniendo sólo una fachada electoral de mera utileria. El problema es que no se ha acuñado con rigor académico el término de “republicas absolutas” o de “absolutismo republicano”, así como se suele olvidar que la revolución francesa terminó en la sangrienta tiranía de Robespierre. Al parecer la frase “L’ Etat c’est moi” no indigna tanto cuando se dice sin corona pero con una Kalashnikov en la mano.

El dilema no es entre república y monarquía, sino, como siempre, entre tiranía y democracia.