Ginebra

Biden-Putin: un cara a cara en plena Guerra Fría

La tensión ya venía creciendo desde que el demócrata llegó a la Casa Blanca

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin. REUTERS
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin. REUTERSLa Razón

Estados Unidos y Rusia, Joe Biden y Vladimir Putin, tenían pendiente un encuentro. La relación mutua viene jalonada por demasiados desencuentros, desconfianza y contratiempos. La tensión no ha dejado de crecer desde que el demócrata llegó a la Casa Blanca. A nadie se le escapa que Moscú apostaba por su rival, Donald Trump, pero la agenda viene cargada de conversaciones pendientes, de Ucrania a Bielorrusia, de las sanciones diplomáticas a la defensa de los derechos humanos, el futuro de un posible acuerdo nuclear con Irán, la tensión en Siria o las acusaciones de espionaje, como para permitir otros seis meses de ligazones diplomáticas bajo mínimos y denuncias mutuas. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, ya avisó en su momento que los dos presidentes buscarán «restaurar la previsibilidad y la estabilidad de la relación entre Estados Unidos y Rusia». Al mismo tiempo, el secretario de Estado, Antony Blinken, llegó a comentar que Rusia «representa una de las amenazas de inteligencia más graves para Estados Unidos».

Bielorrusia: la penúltima cuenta pendiente, exacerbada por el secuestro del opositor bielorruso Roman Protasevich, cuyo vuelo fue desviado y obligado a aterrizar, forzando la detención de Protasevich. Biden fue entonces rotundo respecto al comportamiento del aliado ruso. Calificó el incidente de «escandaloso», solicitó una investigación internacional, celebró las sanciones impuestas por la Unión Europea y prometió exigir cuentas a los responsables. La Casa Blanca pidió la inmediata liberación de los presos políticos y la celebración de elecciones libres bajo la observación de la OSCE. En una declaración, el gobierno de Estados Unidos advirtió que obligará a rendir cuentas al régimen de Aleksandr G. Lukashenko, que lejos de retractarse ha respondido a las críticas con renovados ataques a la libertad de expresión e información.

Ciberataques: el pasado 15 de abril el departamento de Estado de EE.UU. sancionó a Rusia por «la intrusión de SolarWinds, los informes de recompensas por soldados estadounidenses en Afganistán y por los intentos de interferir en las elecciones estadounidenses de 2020». El departamento del Tesoro promovió diversas sanciones y diez diplomáticos rusos fueron expulsados por apoyar las «actividades malignas de los servicios de inteligencia rusos responsables de la intrusión de SolarWinds y otros incidentes cibernéticos recientes». A todo esto hay que sumar los ataques contra el suministro contra sectores estratégicos, como la energía y la alimentación, incluido el oleoducto Colonial Pipeline Co y la empacadora de carne JBS. Sin olvidar que el Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos considera probado que Rusia orquestó una campaña en internet para intentar influir en las elecciones de 2020.

Opositores encarcelados: el intento de envenenamiento y posterior detención y encarcelamiento del opositor ruso Aleksey Navalny obligó a Biden a demostrar que estaba a la altura de su apuesta por robustecer a nivel internacional la defensa de los derechos humanos, incluso si suponía enfrentarse a Rusia. Blinken deploró el intento de asesinato de Navalny en 2020 y expresó la preocupación «con respecto al autoritarismo cada vez más profundo de Rusia». Añadió que «el uso de armas químicas por parte de Rusia y el abuso de los derechos humanos tienen graves consecuencias. Cualquier uso de armas químicas es inaceptable y contraviene las normas internacionales». Navalny fue condenado a dos años de cárcel en un juicio denunciado por observadores de los derechos humanos y Estados Unidos sancionó a 7 colaboradores del presidente ruso. Más allá de los presos políticos están los ciudadanos encarcelados, entre otros motivos, por acciones de presunto espionaje, abriendo la puerta a la posibilidad de un hipotético canje.

Ucrania: permanente foco de conflicto desde los días de la administración de Barack Obama y la anexión de Crimea. De fondo, el temor ruso a que Ucrania termine en la OTAN. Hace unas semanas, el ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba, dijo que «Rusia tiene que entender que Ucrania pertenece al mundo de las democracias, al mundo occidental». Los últimos meses han visto un incremento de la tensión, especialmente después de que Rusia reforzara su presencia militar en Crimea. A serenar los ánimos tampoco contribuyeron las conversaciones del anterior presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con su homólogo ucraniano, al que poco menos que exigió una investigación de las actividades como lobbista del hijo de su entonces rival de cara a las elecciones. Más allá de Ucrania está Siria, en la diana desde que Rusia apostó sin fisuras por sostener a su aliado Bashar al-Assad.

Los acuerdos nucleares: las dos potencias quieren reforzar los acuerdos de control de armamento y retomar el extinto acuerdo que regulaba las armas nucleares de alcance intermedio. La otra gran cuestión es el programa nuclear de Irán, que vuelve a estar en centro del damero geoestratégico ahora que Estados Unidos vuelve a intentar recuperar el acuerdo internacional mientras Teherán presiona para que Washington levante las sanciones impuestas por Trump. Unas negociaciones en las que Rusia ocupa un papel prominente,