Hong Kong
China refuerza su autoritarismo
El Partido Comunista saca músculo en su centenario con el aplastamiento de las libertades en Hong Kong como escaparate
El año pasado, cuando China comenzó a remontar el vuelo tras la pandemia y a abrir sus fronteras internas, más de 100 millones de nacionales decidieron visitar alguno de los lugares más emblemáticos vinculados al Partido Comunista Chino (PCCh). Con sus desplazamientos, contribuyeron a reavivar la economía del país, que pasaba por el peor momento de los últimos 30 años; y a unificar la versión de la historia que la China moderna promueve entre sus ciudadanos.
Este año, a las puertas del centenario del PCCh el próximo 1 de julio, este «turismo rojo» vive sus mejores momentos mientras la ciudad de Hong Kong –otrora destino favorito de los nacionales– permanece aislada y sin recibir a ningún turista nacional o extranjero. Para muchos, el momento ideal para darle un lavado de cara a esta beligerante ciudad e insuflarle del sentimiento patrio que desde la capital tanto echan en falta. Y en esas anda Pekín. O lo que es lo mismo, el PCCh. Porque en China hablar del Estado significa hablar del partido. Desde que llegó al poder en 1949, esta institución se ha instalado en todos los estamentos de la sociedad gracias a las conocidas como células del partido. Presentes en los ámbitos público y privado, estos grupos organizados hacen de mediadores en disputas vecinales, informan al público de las decisiones tomadas y, sobre todo, promueven con sus acciones la ideología del Partido. Por eso, como a menudo dice el presidente del país, Xi Jinping, «Gobierno, ejército, sociedad y escuelas, al norte, sur, este y oeste, el Partido los lidera a todos».
La formación política, que en 1921 contaba con 57 miembros, hoy tiene casi 92 millones de afiliados, lo que le convierte en el mayor partido político del mundo. Estos días, los medios ponen todo su empeño en destacar su papel en la vertiginosa transformación de China como adalid del desarrollo económico y tecnológico y de la erradicación de la pobreza extrema. Exposiciones, concursos, juegos de mesa y música apuntan en esa dirección, mientras las calles lucen decoradas con carteles con el emblema de la hoz y el martillo recordando su omnipotencia. El mensaje a transmitir es muy claro: la estabilidad y prosperidad están garantizadas gracias al partido y a su líder Xi Jinping.
Sin embargo, mientras en la parte continental se vende cómo el país espera ansioso la cita, en Hong Kong todavía está muy fresco el cierre el pasado jueves de un medio crítico con Pekín. Pocos se atreven a desafiar al partido a sabiendas de que tienen todas las de perder, pero en los últimos siete años, la ex colonia británica ha supuesto la mayor amenaza a la soberanía del gigante asiático. Por eso, allí se han tomado muchas medidas con el fin de que los descontentos no ensombrezcan la celebración de mañana, algo que sí hicieron en 2019 durante el 70º aniversario de la fundación de la nación.
Más control en la pandemia
Aquel año, una ley de extradición volvió a despertar las ansias democráticas de unos ciudadanos que comenzaron a salir a la calle a protestar. No lo hacían desde 2014, cuando tuvo lugar la revolución de los paraguas, que paralizó el centro financiero de la ciudad durante tres meses y que derivó en la creación de diversos partidos políticos que buscaban la autodeterminación o la independencia.
En ambas ocasiones, ni el gobierno ni los hongkoneses lograron reconducir la situación. Hace dos años, la ciudad vivía altercados entre policía y manifestantes casi a diario y creció el odio entre los locales y los chinos de la parte continental, que eran vistos como el enemigo que quería robarles sus libertades. En medio de este escenario, llegó el coronavirus y logró meter a todo el mundo en sus casas, de manera que, aprovechando la pandemia Pekín soltó su golpe de gracia. Una ley de Seguridad Nacional que desde entonces ha detenido a más de 100 activistas y políticos prodemocráticos y ha empujado al cierre del periódico «Apple Daily», el tabloide más beligerante con un PCCh que parece haberle ganado la batalla a la libertad de prensa en la ciudad.
Precisamente, uno de los pilares de la formación política es su capacidad de control y el empleo de elementos coercitivos contra la población. Buen ejemplo de ello es la censura, de la que ha echado mano durante años para mantener a raya a disidentes y para que nadie distorsione la historia del partido o de sus principales figuras. Si bien en Hong Kong hasta ahora no la habían utilizado abiertamente, muchos temen que desde la implantación hace un año de la ley de Seguridad Nacional sea mucho más fácil controlar a aquellos que tengan una opinión contraria a lo dictado por Pekín.
De hecho, la semana pasada tuvo lugar el juicio contra el primer acusado bajo esta ley. Un caso que está siendo llevado por tres jueces especializados en esta norma, después de que las autoridades locales se negasen a emplear un jurado popular, alegando preocupaciones por la «seguridad personal» de sus posibles miembros y de sus familiares. Este tipo de acciones son las que muestran la importancia que la seguridad y soberanía tienen para el PCCh. Por eso, los expertos coinciden en señalar que, además de hacer frente a retos como el envejecimiento, la deuda, la corrupción o la desigualdad, el mayor desafío es mantener la estabilidad del país. En Hong Kong cada vez es más estrecho el cerco. «Creemos firmemente que a medida que la nación marcha hacia un gran país socialista moderno, los compatriotas de Hong Kong tendrán un mayor sentido de pertenencia a la patria, un mayor sentido de identificación con el partido y un mayor sentido de orgullo de ser chinos», avanzó Luo Huining, director de la oficina de enlace de Pekín en Hong Kong. Mientras los ciudadanos de la ex colonia tratan de asimilar el desvanecimiento del principio «un país, dos sistemas» por el que han podido gozar de ciertas libertades fundamentales.
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