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Merkel visita Rusia y Ucrania antes de su despedida en septiembre

La canciller alemana se reúne hoy con Putin, el líder con el que más tiempo ha pasado en sus dieciséis años de mandato que terminarán con las elecciones del 26-S

La canciller alemana, Angela Merkel, ha mantenido una relación de amor-odio con Vladimir Putin durante los últimos 16 años
La canciller alemana, Angela Merkel, ha mantenido una relación de amor-odio con Vladimir Putin durante los últimos 16 añosKAY NIETFELDvia REUTERS

Cuando Angela Merkel asumió su cargo en 2005, los líderes occidentales dieron por hecho que Rusia dejaría su régimen semiautoritario para abrazar la democracia liberal. Confiada, la canciller se encomendó en continuar con el legado de su predecesor, Gerhard Schröder, que se despidió de la Cancillería firmando la construcción de un gasoducto desde Rusia hasta Alemania y portando carta blanca para que Berlín se convirtiera en el mayor socio comercial de Moscú.

Dieciséis años después, esas expectativas no se han materializado. Alemania imaginó una Rusia más liberal y Rusia confió en que Alemania convenciera a Europa para que le tratase como un igual y que incluso se creara una zona de libre comercio desde Lisboa a Vladivostok.

Merkel visita hoy Moscú como un último intento por impulsar uno de los mayores escollos de su política exterior: las relaciones con Rusia, pero también para despedirse de un líder del que ha llegado a desconfiar profundamente. Por su parte, Vladimir Putin se despedirá de su interlocutor más importante entre los líderes occidentales. Una relación que se puede materializar en una imagen. Corría 2007 y a sabiendas de su fobia, Putin recibió a Merkel en su residencia de verano de Sochi acompañado de un enorme perro labrador. La canciller trata de sostener la situación como puede mientras que el líder ruso, totalmente relajado, hace poco esfuerzo por ocultar cuánto disfruta de la situación.

Muchos dijeron entonces que la «guerra psicológica» entre ambos hacía solo que empezar. Desde entonces, Merkel ha tenido una especie de relación de amor-odio con Putin. Ambos llevan en el cargo más tiempo que la mayoría de sus colegas. Putin habla alemán, Merkel habla ruso. Algo que crea cierta cercanía, pero el ambiente entre los dos fue frío desde el principio y se hizo gélido con el paso de los años. Un «permafrost», según la expresión de algunos analistas. No obstante, Merkel ha hecho todo lo posible para que el hilo de la conversación con Moscú no se rompiera. Hasta ahora.

En la recta final de su carrera, parece que esa actitud está cambiando y aunque no ha olvidado la escena del perro, se muestra firme y confiada como quien no tiene nada que perder. Hasta entonces, y posiblemente hasta el encuentro de hoy, la canciller ha sabido equilibrar lo que realmente piensa sobre Putin, incluso desde una faceta personal, con lo que es políticamente apropiado. Aquí también Merkel nunca pondría las sensibilidades personales por encima de lo políticamente necesario.

Un ejemplo: la guerra en Siria. Alemania criticó abiertamente el papel de Rusia en el conflicto, pero lo hizo con cautela porque ella sabe que sin Putin nunca se alcanzará una solución al conflicto. Igual que con Ucrania, país que visitará después tras encontrarse con Putin.

Con todo, siempre hubo puntos brillantes. Merkel no ha pasado más horas con ningún jefe de Estado o Gobierno extranjero, ni por teléfono ni en persona, que con Putin. En estos años se les ha visto depositando una corona de flores en la Tumba del Soldado Desconocido en Moscú como riéndose a carcajadas en la Feria de Hanóver. Según los rumores, muchas buenas botellas de vino tinto se han vaciado durante las conversaciones.

Una distensión que, sin embargo, no ha evitado que Merkel se enfureciera hasta límites insospechados sobre todo desde que Putin volviera a asumir su cargo en 2012, ya fuera por el conflicto en Ucrania o la disolución de la agencia de noticias rusa Ria Novosti. La dura represión contra ONG como la Fundación Konrad Adenauer en Moscú también se consideró una provocación en Berlín. O la sospecha de que los servicios secretos rusos influyeran en las elecciones alemanas.El «caso Navalni» fue una de las últimas piedras en el camino entre los dos líderes.

Con todo, la canciller sabe que los intereses de la economía alemana se basan en parte en mantener una buena relación con Rusia aunque, como destacan algunos rotativos, la canciller parece que da el tema con Putin por perdido y no se intuye que el encuentro de hoy sirva para facilitar las próximas relaciones al predecesor de la canciller. Incluso políticos como el ministro germano de Interior, Horst Seehofer, que siempre hizo campaña para no dejar que la relación con el Kremlin se congelara por completo, se está rindiendo lentamente.

Como primer ministro bávaro, Seehofer viajó a Moscú en numerosas ocasiones. “Con un corazón honesto, queremos hacer nuestra parte para restaurar algo de confianza y normalidad en este difícil entorno político”, dijo a su anfitrión en uno de esos viajes sin conseguir, tampoco él, ningún resultado.

Moscú, pieza clave en las crisis de Kiev y Minsk

Moscú no será la única parada de Merkel, ya que a continuación viajará a Kiev. El portavoz del Ejecutivo alemán, Steffen Seibert, explicó que la canciller considera que Putin puede hacer «mucho más» para que se alcance una «solución» en el este de Ucrania, donde los separatistas prorrusos apoyados por el Kremlin controlan las provincias de Donetsk y Lugansk. Moscú y Kiev alcanzaron un acuerdo en 2015, con la mediación de Berlín y París, que establecía una hoja de ruta que incluía una desescalada del conflicto militar, reformas políticas y la celebración de elecciones locales. Pero apenas se ha avanzado. Seibert indicó asimismo que Rusia tiene «influencia» sobre Bielorrusia y su presidente, Alexandr Lukashenko, enfrentado con la UE por la represión de la oposición democrática.