Último baile

Merkel dice adiós a Bruselas

Tras 107 cumbres y 16 años en el poder, la canciller alemana se despidió ayer de sus homólogos europeos tras el que será previsiblemente su último encuentro

A pesar de que Merkel no es una líder dada ni a los sentimentalismos ni a los discursos grandilocuentes y quizás acabase sintiéndose un poco incómoda, no pudo evitar que sus homólogos europeos no parasen ayer de piropearla
A pesar de que Merkel no es una líder dada ni a los sentimentalismos ni a los discursos grandilocuentes y quizás acabase sintiéndose un poco incómoda, no pudo evitar que sus homólogos europeos no parasen ayer de piropearlaJOHANNA GERONREUTERS

Tras 107 cumbres y 16 años en el poder, la canciller alemana Angela Merkel se despidió ayer de sus homólogos europeos tras el que será previsiblemente su último encuentro de este tipo y estos le hicieron un sentido homenaje. En esta cita Merkel ha sido más Merkel que nunca y quizás pocas cumbres sean tan simbólicas de las aristas de su legado y de las dificultades para encontrarle sustituto.

En este último encuentro la canciller abogó por tender puentes con Polonia y posponer una posible batalla de litigios como muestra de su sensibilidad hacia el Este (por algo ha sido la primera mandataria proveniente del otro lado del Muro de Berlín); se mostró en contra de una revolución en el mercado energético europeo como la que defienden España y Francia para hacer frente al alza vertiginosa de los precios de la luz –otro de sus célebres «Nein» (no en alemán) como los que pronunció sin cesar durante los peores momentos de la crisis del euro– y abandonó el edificio del Consejo tras una larguísima sesión el día de ayer en la que apenas se alcanzaron acuerdos sobre el aspecto migratorio. Quizás éste sea uno de sus fracasos más amargos, ya que tras su gesto de apertura de fronteras durante la crisis de refugiados de 2015, que le valió muchos elogios, no ha conseguido durante todo este tiempo la reforma del sistema de asilo europeo que le hubiese gustado y deja abiertas y supurando las heridas entre el Norte de Europa y el Sur (entre Estados de entrada y de acogida).

A pesar de que Merkel no es una líder dada ni a los sentimentalismos ni a los discursos grandilocuentes y quizás acabase sintiéndose un poco incómoda, no pudo evitar que sus homólogos europeos no parasen ayer de piropearla. «Desde el inicio del Consejo Europeo ha habido 214 reuniones y has participado en 107 de ellas en total. Tu despedida de la escena europea nos toca políticamente, pero también nos llena de emoción. Eres un monumento», aseguró el presidente del Consejo, Charles Michel, que ha completado esta metáfora al asegurar que una cumbre sin la todavía canciller va a ser como «Roma sin el Vaticano o París sin torre Eiffel».

El político belga también destacó las cualidades que le han permitido a Merkel convertirse en un ancla de estabilidad para el club comunitario durante más de tres lustros y mantenerse en la Cancillería: «Curiosidad intelectual científica, sencillez y sobriedad», a las que Michel calificó como «armas muy poderosas». «No nos abandonas, tu espíritu seguirá con nosotros. Eres una brújula y el faro del proyecto europeo», concluyó.

Aún quedaban muchas alabanzas que no cesarán durante estos días. El primer ministro de Luxemburgo, Xabier Bettel, la definió como una «máquina de compromisos» y el lituano Gitanas Nausedas destacó su capacidad para intervenir en el momento preciso y hallar una solución. Hasta Barack Obama le dedicó un vídeo.

Todo indica que el club comunitario comienza ya a notar la orfandad tras la salida de Merkel y teniendo en cuenta que el inquilino del Elíseo, Emmanuel Macron, se juega su permanencia esta primavera y prefiere ponerse de perfil en temas que puedan dar alas a la ultraderecha antes de los comicios presidenciales. De hecho, Merkel en su cumbre de despedida ha conseguido dejar su impronta al evitar un agrio enfrentamiento entre el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, apoyado por la Hungría de Viktor Orban, y el resto del club.

A pesar de que Polonia ha desafiado uno de los dogmas europeos después de que su Tribunal Constitucional haya puesto en cuestión la primacía del derecho europeo sobre el nacional, en la sesión de este jueves (ya muy acalorada por las negociaciones sobre las medidas contra el alza de las factura de la luz), primó el sosiego frente a la crispación, ya que tanto Merkel como el equipo de Michel no querían repetir el mismo espectáculo que el que tuvo lugar en la cumbre de junio, cuando el resto de las delegaciones acorralaron a Orban por su ley tachada de homófoba por las instituciones europeas.

El pulso continúa, no se ha resuelto ningún problema, pero al menos se ha evitado envenenar el debate. De hecho, ayer varios medios aseguraban que estaba previsto un encuentro bilateral entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y Morawiecki tras la cumbre.

La sesión de ayer estuvo monopolizada por el tema migratorio capaz también de suscitar las peores pasiones. Un tema «difícil», según reconoció Michel y que cobra nueva actualidad después de que el dictador bielorruso, Alexander Lukashenko, esté propiciando la llegada masiva de inmigrantes a la UE como respuesta a las sanciones impuestas por los Veintisiete. El texto consensuado ayer vuelve a amenazar a Minsk con una nueva batería de castigos y advierte de que los Veintisiete no permitirán que países terceros «instrumentalicen» a los migrantes para «propósitos políticos».

A pesar de esto y, ante la falta de avances en la política migratoria común, los Veintisiete le piden a la Comisión Europea que alcance nuevos acuerdos con países terceros para que estos intercepten las llegadas a suelo europeo a cambio de ayuda comunitaria.

Además, ayer Países Bajos aprovechó la ocasión para presionar contra los denominados movimientos secundarios. Los países de llegada al club comunitario están obligados a no permitir que los migrantes se desplacen hasta el norte de Europa para demandar asilo, sino que deben realizar esta solicitud en el Estado de entrada. Los países del Norte consideran que los del Sur no hacen lo suficiente para controlar estos desplazamientos, mientras estos últimos creen que esta legislación supone una carga demasiado pesada. Merkel abandona la Cancillería, pero el debate sigue enquistado.