Cuerno de África

La hambruna prosigue su inexorable avance en Somalia

Los expertos calculan que 29.000 menores de cinco años murieron antes de que se declarara la hambruna de 2011

Hambre en Somalia.
Hambre en Somalia.Farah Abdi WarsamehAgencia AP

Fátima tardó dos semanas en morir. Desde que su padre la trajo en volandas al Hospital Yardımeli en Mogadiscio, su cuerpecillo ligero parecía a punto de desaparecer y en las noches oscuras casi se confundía con las sábanas de la cama. Fátima tenía diez años. Era piel y huesos, sin una pizca de carne. Y cuando una persona pasa demasiado tiempo tumbada en una cama, le ocurre que comienzan a extenderse unos feos quemazones en la piel, son heridas por las rozaduras de las sábanas, entonces es necesario levantar a esa persona, cambiar su posición, limpiar suavemente su cuerpo con una esponja. A Fátima le salieron estas heridas por la falta de atención que motivaba la falta de presupuesto del Hospital. Pero hete aquí que las heridas de Fátima, una niña de piel y huesos, no eran como las heridas de una persona bien alimentada de Madrid o de Londres. Bastaba que se deshiciera la fina piel para que, cada vez que cambiaban de postura a Fátima, pudiera verse el hueso blanco que sobresalía por la herida, a falta de carne. Fátima se ahogaba cada vez que le daban de comer porque los músculos de la garganta apenas le funcionaban. Murió con diez años en una noche aleatoria y sin nadie más que su padre para llorarla.

Una hambruna no ocurre de un día para otro. No es así. La muerte por inanición no sucede con la rapidez hipnótica de un disparo. El Hambre cabalga al paso entre los campos deshechos por el polvo, regodeándose con los humanos que se difuminan a su alrededor. Es un paso lento. Siete días hacen una semana, cuatro semanas hacen un mes. Cada día es una gota pero se necesitan muchas gotas para llenar la jarra del espanto. A veces parece que Occidente se piensa que las cosas suceden de un día para otro, como una victoria del Real Madrid, un gol y luego otro, entonces ocurre que los noticieros se llenan con imágenes del hambre de un día para otro, como si el chiquillo que aparece con las costillas marcadas en el televisor hubiera sido un rollizo infante hasta la noche anterior. Los muertos ocurren antes de que se anuncien las cifras de los fallecidos. Parece una obviedad pero conviene tenerlo en mente. Los muertos se evitan antes de que los periodistas tengamos que escribir la cuenta.

Los fondos no son suficientes

Cuando Frantz Celestin, jefe de la misión de la OIM en Somalia, y el resto de sus compañeros se preocupan por una hambruna, lo hacen porque ellos han conocido a decenas de miles de Fátimas y, sinceramente, les gustaría no conocer a ninguna más. Un niño moribundo no es como una fotografía; un niño moribundo huele a heces y los ojos con los que te mira no se olvidan jamás, aunque esos ojos se entremezclen con miles de ojos de otras víctimas. A Celestin le preocupa que no se haya conseguido el presupuesto necesario porque en el mes de julio “solo se llevaba el 30% de la recaudación necesaria para afrontar la grave crisis que se avecina”. Esta es una situación que le recuerda a la hambruna sucedida en 2011, cuando cerca de un millón de personas fallecieron África Oriental a causa de la sequía y de la hambruna.

Hambre en Somalia.
Hambre en Somalia.Farah Abdi WarsamehAgencia AP

La sequía que lleva sufriendo Somalia no es cosa de un día para otro, sino el resultado de cinco años de lluvias escasas o, directamente, inexistentes. Los expertos calculan que 29.000 menores de cinco años murieron antes de que se declarara la hambruna de 2011. 29.000 niños equivalen a los asientos de 517 autobuses escolares de los que aparecen en las películas americanas. Y ahora, hace años que los somalís se pelean por el agua tanto en las ciudades como en las zonas rurales, volviéndose los perdedores, según Celestin, “vulnerables a las promesas falsas y al tráfico de personas” que les llevan por los peligrosos caminos de la inmigración.

En 2017 ocurrió otra hambruna similar a la de 2011, pero en este caso pudo gestionarse adecuadamente porque contaron con el 58% del presupuesto necesario para el mes de julio. Este año es diferente y, lo que es peor a ojos de Celestin, es que esta falta de presupuesto nace en parte por el desvío de ayudas en dirección a Ucrania y que no parece que vayan a encaminarse hacia el Cuerno de África en un futuro cercano. “Más de 7.1 millones de personas se encuentran hoy en una situación de inseguridad alimentaria, mientras ocho áreas del país se encuentran hoy en una situación catastrófica (IPC5)”. En la escala de inseguridad alimenticia, el IPC5 es la peor de las noticias. Significa que, aunque se reciba la ayuda humanitaria requerida, aunque se reciba (que no se está recibiendo), una de cada cinco personas corren el riesgo de morir por desnutrición.

El hambre trae violencia y desplazados

La desnutrición es un resultado lógico de la sequía y del hambre, pero no el único. El hambre es como un gusano que devora cada día un pedacito más de nuestra esperanza, secretando desesperación tras él. Esta desesperación trae violencia entre vecinos porque la violencia parece la única manera de conseguir un trago que refresque la garganta. Trae inseguridad. A las peleas por el agua se suma la avalancha de movilizaciones en busca de ese agua por la que luchar (o mejor, por la que no haga falta luchar). Pero solo huyen los más fuertes, los jóvenes. Hace falta una fuerza peculiar para cruzar el Mediterráneo o el Mar Rojo y solo los jóvenes (o los mayores de 35 años cuando no ven otra alternativa, según cuenta Celestin) tienen la fuerza necesaria para aguantar siete días en una patera o un mes cruzando el desierto. Son jóvenes porque son los que tienen más opciones de sobrevivir, si acaso sobreviven al terrible viaje.

Hambre en Somalia.
Hambre en Somalia.Farah Abdi WarsamehAgencia AP

Sin embargo, Celenstin asegura que “se ha visto un incremento en el número de mujeres que migran, pese al peligro que conlleva por la trata de blancas”, y esto se debe a las extremas condiciones en las que se encuentran muchos habitantes del Cuerno de África. Huyen a Yemen, a Arabia Saudí, al norte de Europa. Adonde sea. Siguen a los familiares y a los vecinos que huyeron por delante, en busca de un grifo con agua y el atisbo de una oportunidad. “No huyen para vivir, sino para sobrevivir”. La diferencia entre una y otra es incuestionable. Huyen los analfabetos y los que tienen estudios universitarios. Huyen a marchas forzadas de un jinete que les persigue al paso. Huyen de las consecuencias climáticas que han originado las grandes potencias y que ahora sufren los más desfavorecidos y los más expuestos al cambio climático. Porque las emisiones de CO2 en 2020 en Estados Unidos fueron de 4.535 megatoneladas, frente a las 0,77 megatoneladas que emitió Somalia en ese mismo año, y eso es algo que mejor sería que no lo olvidáramos.

Pero Celenstin tiene esperanza en que el rumbo se enderece y asegura que “no es demasiado tarde”. El hambre cabalga a paso lento y todavía hay tiempo de levantar barricadas para frenar su paso, aunque ya sea inevitable que sus primeras víctimas se hayan quedado atrás. El hambre ya está aquí, y no es menos real aunque no aparezca en el televisor. ¿Tantas ganas tenemos de verlos después de comer? ¿Otra vez?