China
China rechaza un control social como en la era de Mao
Tras una nueva noche de disturbios, las autoridades levantan las restricciones contra el covid en Guangzhou pese al récord de casos
Tras una noche de intensos enfrentamientos contra la Policía, la ciudad meridional de Guangzhou ha sido la última en anunciar un alivio de las restricciones antivirus. Parece que los dirigentes de Guangdong, encabezados por el miembro del Politburó Huang Kuangming, han dado un paso adelante en la optimización de las medidas de prevención del virus. Sin embargo, al anunciar el levantamiento de los cierres en algunas partes de la ciudad de 19 millones de habitantes, las autoridades no mencionaron los disturbios de la noche anterior y el distrito en el que estalló la violencia siguió bajo estrictos controles.
“Estas manifestaciones son un grito a la libertad. Los chinos están muy hartos, han perdido la paciencia, consideran que esto es una conspiración para volver a la época de Mao y así tener un poder absoluto sobre la población. Algunas de las medidas extremas impuestas por las autoridades locales reflejan una característica clave de esta época: el control social en forma de movimientos de masas”, lamentó a LA RAZÓN un residente español que prefiere mantenerse en el anonimato para evitar represalias.
La dinámica “covid cero”ha hecho entender esta realidad a un gran número de chinos, con un aumento masivo de la conciencia de las injusticias. La gente ha sufrido la fuerte presión del Estado sobre sus vidas, y se ha dado cuenta de que no tiene ningún poder ni recurso frente a los abusos. Y ahora los que protestan se enfrentan a nuevos desmanes: se ha informado de decenas de detenciones, aunque, al cierre de esta edición, no había cifras oficiales.
Otro expatriado en la ciudad explica a LA RAZÓN que, en particular “la presión sobre las familias con hijos en edad escolar ha sido enorme, derivando en un grave deterioro de los resultados educativos. Asimismo, el contraste con la reapertura casi universal en otras partes del mundo -impulsada por la inaudita visión de decenas de miles de hinchas desenmascarados en la Copa del Mundo- debe haber agravado aún más esta rabia e impotencia de vivir enclaustrados”.
Pero con un número récord de casos en todo el país, parece poco probable que se produzca un giro importante en una política que Xi ha defendido que está salvando vidas y ha proclamado como uno de sus logros políticos. Después de que el líder chino llamara a principios de febrero a una “guerra popular” contra el coronavirus, no solo los funcionarios y la Policía, sino también los trabajadores comunitarios y los guardias de seguridad que actúan como agentes de la ley, se han puesto a la tarea con el celo de una cruzada social.
Esto ha provocado una reacción contra el uso excesivo de poder por parte de algunos de estos defensores de la comunidad. Algunos consideran que sus acciones recuerdan al reinado del difunto líder Mao Zedong, que con sus guardias rojos movilizó a las masas para lograr el cambio social y político durante su Revolución Cultural entre 1966 y 1976, a menudo con medidas brutales que despojaron a la gente de los derechos humanos básicos y desgarraron la sociedad china.
Las estrictas políticas de bloqueo y cuarentena no solo han restringido la movilidad de los residentes durante demasiado tiempo, sino que también han perjudicado gravemente los medios de vida. Y lo que es peor, se han perpetuado muchos daños e injusticias en nombre de esta normativa, siendo el más reciente el incendio de un apartamento en Urumchi, que se cobró al menos 10 vidas. El resentimiento público acumulado ha estallado.
La represión política, la vigilancia y la censura se han intensificado desde 2012 bajo el liderazgo del jefe del Partido Comunista, Xi Jinping. Aun así, varias formas de protesta y activismo han sobrevivido y siguen surgiendo.
Tal vez lo más preocupante para las autoridades del Partido Comunista Chino (PCC) sea que las protestas -aunque espontáneas y poco organizadas- comparten un simbolismo común, lo que indica que son conscientes de la existencia de otras y se inspiran en ellas. El pasado fin de semana, algunos manifestantes corearon eslóganes que surgieron por primera vez en una rara demostración presencial en el puente Sitong de Pekín, justo antes del XX Congreso del Partido: “Queremos comer, no hacer pruebas de PCR. Queremos libertad, no encierros”. Además, numerosos activistas levantaron hojas de papel en blanco en sus marchas, una táctica que también se ha visto en Hong Kong y que sirve de denuncia de la censura.
Aun así, estas revueltas no han debilitado una de las excusas predilectas del PCC: que toda disidencia es fomentada por “fuerzas extranjeras hostiles”. Siguen apuntando a agentes internacionales como promotores de las manifestaciones de estos días. Esa ha sido la línea utilizada por el gobierno chino para desestimar el movimiento prodemocrático de 1989, las recurrentes protestas étnicas en el Tíbet y Xinjiang, y más recientemente las protestas de 2019 en Hong Kong.
El caos generalizado apunta a que el Gobierno central no ha sido capaz de mantener un nivel de consistencia y coherencia política. Esto podría haber sido capaz de aliviar, o al menos suprimir, el descontento público lo suficiente como para llegar a la próxima primavera sin un gran estallido social. En lugar de ello, al lanzar normativas y mensajes contradictorios tras el Congreso del Partido, ahora se encuentra en las circunstancias sociopolíticas más difíciles que ha vivido China en tres décadas. Las autoridades sanitarias esperan que una relajación decisiva y comunicada de forma clara de los controles, junto con un mayor impulso de la vacunación/refuerzo, podría ser capaz de calmar las tensiones sociales.
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