
Poder militar
China entra de cabeza en su decimoquinto plan quinquenal que reorganizará su poder militar
La estrategia de China para poner su potente sector tecnológico civil al servicio directo del ejército redefine el tablero geopolítico y obliga a Estados Unidos a recalcular su defensa ante un rival que ya no distingue entre el laboratorio y el cuartel

La planificación de defensa en Washington se enfrenta a un reto de una escala formidable. Los analistas estadounidenses ya no pueden evaluar el sector tecnológico chino como una simple entidad comercial, sino que se ven forzados a considerarlo una extensión potencial del poderío militar de Pekín. Existe una preocupación creciente de que los actuales controles a la exportación impuestos por Estados Unidos puedan resultar insuficientes o, peor aún, contraproducentes, al espolear la autosuficiencia de la industria china. Esta percepción se agrava al considerar todas las facetas de su modernización militar, incluido el continuo crecimiento de su arsenal nuclear para equipararse con otras grandes potencias.
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De hecho, esta nueva realidad se fundamenta en un cambio de paradigma dentro de China, donde las empresas privadas y las universidades han dejado de ser meros colaboradores para convertirse en los principales proveedores de capacidades de inteligencia artificial para las fuerzas armadas. El país asiático ha decidido borrar de un plumazo las fronteras que tradicionalmente separaban su pujante sector tecnológico civil de sus ambiciones militares. Este esfuerzo ya se está materializando en prototipos avanzados, como la nueva aeronave de combate china que recientemente realizó su primer vuelo, generando un intenso debate entre los expertos sobre sus capacidades reales.
En este sentido, la estrategia de Fusión Cívico-Militar se está consolidando a través de iniciativas como «AI-Plus», que fomenta el desarrollo de lo que denominan tecnologías de «doble uso nativo». A diferencia de los enfoques tradicionales, estas innovaciones están diseñadas desde su misma concepción para servir simultáneamente a propósitos civiles y militares, una dinámica que redefine por completo el ecosistema de defensa en la nación asiática, tal y como han publicado en Thediplomat.
Una estrategia de largo alcance con múltiples frentes
Asimismo, Pekín no duda en utilizar su dominio económico como un arma de presión estratégica. El control casi monopolístico que ejerce sobre el procesamiento de tierras raras, del que acapara el 90 % a nivel mundial, le otorga una palanca de poder considerable sobre las cadenas de suministro de defensa de potencias rivales, afectando directamente a sistemas armamentísticos estadounidenses que dependen de estos materiales críticos. Esta asertividad no se limita a la economía, sino que impulsa a actores regionales a tomar medidas defensivas, como demuestra el nuevo escudo antimisiles que Taiwán ha actualizado ante la creciente preocupación por una posible invasión.
Por todo ello, el objetivo final de China es inequívoco: se prepara para institucionalizar esta estrategia en su próximo Plan Quinquenal (2026-2030) con la meta de transformar por completo su ejército en una fuerza «inteligentizada» para el año 2035. Para competir en este nuevo escenario, Estados Unidos deberá articular una respuesta coordinada que no se base únicamente en medidas restrictivas, sino en potenciar sus ventajas intrínsecas, como su ecosistema de innovación y el fortalecimiento de sus alianzas internacionales.
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