
Opinión
¿Hasta cuándo abusarás, Donald Trump, de nuestra paciencia?
Los menos de tres meses de Trump en la Casa Blanca han supuesto un cambio radical dentro y fuera de las fronteras de Estados Unidos

Corría el 64 a.C. cuando Lucio Sergio Catilina perdió la elección de Cónsul en el senado romano e inició una conspiración con objeto de eliminar a sus enemigos. Catilina proponía una serie de medidas populistas culpando a la aristocracia de cuantos males sufría el pueblo. Pretendía, por ejemplo, derogar el conjunto de leyes conocidas como las “Tabulae Novae” que versaban sobre temas económicos, fundamentalmente deudas -Catilina culpaba al senado de la ruina a la que él había llevado a su familia-. Un año más tarde, 63 a.C., inició una sublevación con intención de finiquitar el período republicano. Hastiado de sus peregrinas propuestas, el ya prestigioso Cicerón formuló su famosa pregunta en el templo de Júpiter Estator: “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?” -“Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia”-.
La “catilinaria” –como ha venido en derivar el término- bien pudiera atribuirse a Donald Trump, tanto por sus formas como por el calado de un buen número de órdenes ejecutivas –que no leyes- firmadas hasta ahora. Lo uno y lo otro requieren de cierta dosis de tolerancia cuando no resignación con una similar medida de mansedumbre.
En su mesiánica misión –“Mi vida fue salvada por una razón. Dios me salvó para hacer América grande de nuevo.”- Donald Trump se sitúa por encima de la ley. La orden ejecutiva negando la nacionalidad estadounidense a los nacidos en el país de padres en situación irregular resulta claramente inconstitucional según lo dispuesto en la Enmienda 14. Lo mismo puede decirse de un eventual tercer mandato, explícitamente prohibido por la vigésimo segunda enmienda, o el cierre de agencias como USAID. Actuaciones de innegable calado político, las referidas, superadas por el claro desprecio al Congreso. Desprecio o menosprecio representa sortear su control al declarar el estado de emergencia solo días tras tomar posesión, pignorando su palabra para tener manos libres al diseñar, por ejemplo, una política arancelaria sin controles por “ser mejor negociador que el congreso”. Me pregunto qué ocurrirá si considera que también es mejor legislador.
El espectáculo televisivo de la encerrona a Zelensky –incluso lo más astutos pecan de ingenuidad frente a Trump- en el despacho oval
representó una de las situaciones diplomáticas más ruborizantes de cuantas se tiene recuerdo. Las propuestas para reconvertir la franja de Gaza en complejos turísticos aunque ello suponga deportaciones masivas de palestinos no es la única humillación a la que ha sometido a centenares de miles de personas. Cuanto rodea los temas migratorios resulta vergonzante tanto en sus formas como en el fondo. Sirva como ejemplo las detenciones y extradiciones de emigrantes sin mínimas garantías jurídicas, expulsiones de estudiantes extranjeros por manifestarse en campus universitarios, o anulaciones de citas unas horas antes, cuando fueron concertadas con meses de antelación, para obtención de visado. Tampoco han salido bien parados quienes no se ajustan a la ortodoxia de categorización sexual o abrazaban el “wokismo”. Asistimos a su penúltimo desvarío durante la cena con el Comité Republicano en el Congreso, tras la firma de los nuevos aranceles –“la palabra más bonita del diccionario”, afirmó-, cuando aseguró que numerosos líderes mundiales le estaban telefoneando para “besarme el culo” en un desesperado intento por llegar a un acuerdo.
Parece estar cogiendo gusto por este tipo de expresiones, pues ha afirmado con contundencia que “la Unión Europea se formó para joder a Estados Unidos”. Hasta ahora Europa ha soportado con estoica sumisión eso y mucho más. Me refiero a las amenazas de una eventual invasión de Groenlandia, o aceptar que recientemente llamara “delincuentes” a 20 de los 28 países de la OTAN –“8 de los 28 países pagaban, el resto eran delincuentes”- habiendo anticipado que si Rusia decidiera invadir alguna nación “morosa” de la OTAN los Estados Unidos no moverán un solo dedo. Una división rubricada en la votación el pasado 25 de febrero en la ONU cuando Estados Unidos votó junto a Rusia y Corea del Norte enfrentándose a Europa en una resolución –eminentemente simbólica- con motivo del tercer aniversario de la invasión de Ucrania.
En cuanto a las órdenes ejecutivas, y más allá de las meramente anecdóticos con tintes adanistas, como renombrar el Golfo de Méjico como Golfo de América, eliminar restricciones respecto a la presión del agua en los hogares norteamericanos, o desclasificar documentos como aquellos relativos a las muertes de los Kennedy o Martin L. King, algunas de las referidas órdenes alteran de forma sustancial el orden geopolítico y geoeconómico mundial como lo hemos conocido hasta ahora. Los continuos bandazos con amenazas anuladas momentos antes de concretarse en unos casos,
retracciones o retoques en otros, prórrogas o postergaciones en los terceros, crean un irrespirable clima de incertidumbre.
Resulta paradójico, cuando no bochornoso, que esta “nueva edad dorada” propiciada por el presidente Trump se fundamente en la eliminación de los modelos democráticos liberales tal como quedaron recogidos en la constitución norteamericana de 1787 y que fueron modelo y referente para las revoluciones y democracias europeas posteriores hasta nuestros días. Exactamente lo mismo observamos al aproximarnos a sus propuestas económicas que representan, sin la menor duda, la alternativa más radical y opuesta al modelo de relaciones comerciales internacionales que propiciaron las distintas administraciones norteamericanas desde la Segunda Guerra Mundial, ya fueran demócratas (Kennedy/Galbraith) en unos casos, o republicanas (Reagan/Friedman) en otros. Su, permítanme, escuela económica parece ser su propio libro The Art of Deal –1987, El arte de la negociación- donde leemos en el primer párrafo “A mí me gusta hacer negocios… Es mi vocación” y más adelante “Lo mejor que puedes hacer es negociar desde una posición de fuerza”.
Parece entender que esa es su baza ganadora tanto para solventar el grave problema de la deuda que vence este mismo año como para dirimir el auténtico núcleo de sus actuaciones que no es otro que China, o mejor dicho, su percepción de que China sustituirá –está sustituyendo- a Estados Unidos como gran potencia mundial. El problema surge cuando se intenta posicionar una nación, la más poderosa del mundo, como si de una empresa inmobiliaria se tratase.
“¿Cuándo acabará esta desenfrenada osadía tuya?” era otra de las preguntas de Cicerón en la referida catilinaria; interrogante que también viene pintiparado en el momento actual.
La respuesta en absoluto resulta sencilla y la única certeza tiene que ver con qué exclusivamente los estadounidenses podrán alterar el actual status quo. Los demócratas continúan desorientados por el varapalo electoral y desnortados sin encontrar al líder que pueda hacer frente a Donald Trump –hasta 28 nombres han llegado a barajarse-. En cuanto a los republicanos, comienzan a filtrarse de forma más o menos velada discrepancias dentro de su propio gabinete por la alteración que supone un elemento ajeno como Elon Musk y al parecer en el congreso se escuchan soterradas voces republicanas, pero de momento nadie osa enfrentarse al gran cesar.
Los errores y temeridades descritos –al menos para quien firma- comienzan a traducirse en un leve rechazo social. Al consultar los índices de popularidad la inmensa mayoría muestra que los desfavorables a su gestión superan a los favorables –incluso para la FOX el 51% de ciudadanos desaprueban la gestión frente al 49% que la aprueban- y el resultado medio de todas ellas es de 52% desfavorable frente al 45% favorable -3% n/s n/c- (fuente YouGov). Cifras que deben ser tomadas en su justa medida, pues el 57% de los votantes republicanos aprueban su nueva política tarifaria.
La incógnita bien pudiera desvelarse en noviembre del 2026 con las elecciones de mitad de mandato. Si los demócratas se hacen con la mayoría en alguna de las cámaras –en especial el senado- Trump encontrará obstáculos que ahora no tiene. Si los republicanos mantienen la mayoría en ambas cámaras y Trump continúa controlando las voluntades de los congresistas republicanos, lo acontecido hasta ahora podría ser tan solo el aperitivo de lo que está por venir.
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