
Francia y Alemania
Macron y Merz: la vuelta del eje franco-alemán
La cita de ayer en Berlín intentaba mostrar la cooperación pese a las fricciones que aún marcan la relación

Friedrich Merz apenas llevaba unos días en la Cancillería cuando voló a París para encontrarse con Emmanuel Macron. El gesto fue leído como un mensaje inequívoco de reconciliación y el canciller alemán quiso dejar claro que las relaciones franco-alemanas se habían restablecido. Merz habló entonces de reinicio, de un nuevo comienzo, y debido a las similitudes personales y políticas e incluso a las experiencias profesionales comparables de ambos, muchos pensaron que el impulso franco-alemán se había revitalizado.
La visita de Macron el miércoles a Berlín repitió el guion de la cortesía hasta tal punto que, según algunos medios y en vista del programa, se quiso incidir más en la complicidad que en la política. Sin embargo y a pesar de que Merz tachó de «gran compromiso» la cooperación entre ambos países, la puesta en escena contrastó con la tensión acumulada bajo la superficie, ya que, en las últimas semanas, ha quedado claro que tras el tono amable se oculta un inventario persistente de fricciones que afectan al núcleo mismo de la cooperación bilateral.
Antes de las conversaciones, tanto Merz como Macron anunciaron que abordarían la política comercial y las adquisiciones militares. En ese aspecto, el canciller expresó su esperanza de un rápido acuerdo sobre la disputa comercial entre la UE y los EE UU. «En el conflicto comercial tengo entendido que pronto podría alcanzarse un acuerdo», declaró Merz. A partir de agosto, las exportaciones europeas podrían enfrentarse a aranceles del 30% si no se alcanza un acuerdo antes de esa fecha. En Bruselas, la Comisión Europea ha confirmado que existen contactos intensos con Washington, tanto a nivel técnico como político y, desde el otro lado del Atlántico, el tono también ha cambiado; el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, habló recientemente de avances positivos. No obstante y frente a la prensa, los mandatarios evitaron profundizar en temas polémicos aunque es evidente que, en lo más alto de la lista de diferencias aparece la defensa europea, campo donde Macron insiste en su empeño por una autonomía estratégica que reduzca la dependencia del escudo militar estadounidense. Para el presidente francés, esa ambición no es nueva, lleva mucho tiempo convencido de que ya no se puede confiar en EE UU y aboga por la independencia de la industria armamentística europea. Sin embargo, Alemania no se ha entregado por completo a esa visión y Merz insiste en la necesidad de fortalecer la soberanía militar europea, aunque su gobierno priorice el suministro de sistemas estadounidenses a Ucrania, cuya eficacia ha sido determinante en el conflicto. La diferencia de capacidades pesa y los expertos advierten de que los sistemas franceses de defensa aérea no pueden competir con la tecnología norteamericana.
La divergencia se hace aún más visible en el espinoso proyecto del nuevo avión de combate europeo, conocido como FCAS, en el que también participa España. Anunciado con entusiasmo en 2017, el programa ha ido acumulando retrasos y disputas, principalmente por la pugna entre Airbus, del lado alemán, y Dassault, del francés. Las tensiones sobre el reparto de tareas han escalado hasta el punto de que algunos observadores hablan de un intento francés de acaparar el control y de ahí que alemanes y españoles acusen a los franceses de intentar usurpar el proyecto, alegando una «búsqueda de dominio francés». El propio director de Dassault, Éric Trappier, rechazó este martes estas acusaciones y desmintió los informes que indicaban que Francia buscaba el control del 80% de la producción. También amenazó con cancelar el proyecto ya que -según él-, se necesita una dirección clara y un liderazgo indiscutible. Su advertencia implícita sobre una posible retirada francesa no fue explícita, pero tampoco ambigua, y si el proyecto fracasa, se enviaría una señal negativa en un momento en que todos quieren unirse militarmente y demostrar unidad hacia Moscú.
Además, y en un tablero invisible donde Europa define sus líneas de defensa, el discurso de Macron ante las fuerzas armadas volvió a colocar la disuasión nuclear en el centro. El anuncio de nuevas decisiones, que se tomarán en el Consejo de Seguridad y Defensa franco-alemán previsto para finales de agosto, se enlaza con el acuerdo Northwood, firmado entre París y Londres, como advertencia directa a Moscú de que las respuestas ya no serán nacionales, sino conjuntas y coordinadas. Francia, que hasta ahora había defendido la soberanía de su fuerza de disuasión, ha incluido por primera vez en su estrategia de seguridad nacional una revisión del número de ojivas. Pocos creían que París estaría dispuesto a abrir su política de defensa nuclear a una verdadera cooperación continental, pero ahora, y con un presupuesto militar cada vez más tensionado, esa posibilidad no parece tan lejana. Por si había dudas, el presidente francés dejó clara su posición: Francia no pagará la seguridad de otros. Pero hay más. El nuevo eje franco-alemán está descuidando al tercer miembro de la alianza: Polonia. Al comienzo de su gobierno, Merz defendió con firmeza el renacimiento del Triángulo de Weimar e, inmediatamente después de su viaje inaugural a París, visitó Varsovia, con lo que quiso mostrar una voluntad de equilibrio. Sin embargo, esa energía inicial se ha diluido. La relación con Polonia, país clave en la defensa del flanco oriental de la OTAN, se ha enfriado en medio de tensiones diplomáticas, controles fronterizos unilaterales y una creciente sensación de aislamiento en Varsovia. El gesto simbólico que mejor resume esta fractura ocurrió durante un viaje conjunto a Kiev. Mientras Merz, Macron y el primer ministro británico, Keir Starmer, se desplazaban juntos en un mismo tren, el polaco Donald Tusk lo hacía en otro, separado del núcleo de decisión.
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